La combinación de hechos económico-financieros que se gesta rumbo al cambio
de gobierno no pinta nada bien para la siguiente administración, al menos durante
su arranque.
La economía da muestras claras de desaceleración, la inflación mantiene
presiones al alza, el déficit público tuvo un crecimiento de más del 150% entre
enero y mayo comparado con el año pasado y como cereza en el pastel, el
presidente saliente no deja de minar la confianza con sus pretendidas reformas
constitucionales.
Parecería que la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum, hubiera sido
candidata de la oposición y que López Obrador quisiera a como dé lugar dejarle el
campo minado para que le cueste trabajo el arranque. Pero no, fue su candidata y
según él la quiere mucho.
México se ha despegado de la dinámica económica de Estados Unidos en buena
medida por las decisiones de política pública del régimen actual que privilegió a un
costo descomunal para la economía y las finanzas públicas el dispendio de
recursos con fines electorales.
Las evidencias de desaceleración son globales, China acaba de reportar datos
económicos inesperados que hablan de una baja en su dinámica económica,
Estados Unidos deja ver datos de desaceleración en la creación de empleos y
México publicó datos de actividad industrial que muestran una debilidad no vista
en dos años y medio.
Pero, ahora que llega la anticipada desaceleración económica, México se
encuentra con varias desventajas que le impiden tener una reacción contra cíclica.
La primera es el fracaso en la lucha contra la inflación. Hay diferentes factores que
explican por qué los niveles inflacionarios lejos de regresar a la meta del 3%,
están de vuelta en niveles del 5%. Algunas de esas razones pasan por el exceso
de liquidez en la economía por las carretadas de recursos soltados con fines
electorales.
Como sea, quien carga con la factura es el Banco de México, que ha mantenido
tasas de interés extremadamente altas desde hace tres años cuando decidió
iniciar un proceso de alza desde el 4% de la tasa de referencia que se registraba
en junio del 2021. El dinero tan caro entorpece también la expansión económica y
no ha dado los resultados esperados.
Entonces, el gobierno que ya se va ha gastado de forma irresponsable, no solo a
lo largo de todo el sexenio, sino especialmente antes de las elecciones federales
de junio pasado.
La herencia es un déficit fiscal y un endeudamiento público que tendrá que ser la
primera tarea que lleve a cabo el siguiente gobierno, porque si no corrige esos
excesos, seguro le explotaría una crisis económico-financiera en el corto plazo.
Así que, si el siguiente gobierno tenía sus propios planes de gasto, pues tendrán
que esperar a corregir el tiradero fiscal de López Obrador.
Y, de paso, la insistencia de usar la mayoría legislativa para cobrar venganzas
personales a través de cambios constitucionales no hace sino mermar la confianza
de los inversionistas.
Ahora hay que esperar, primero los 76 días que le quedan al gobierno de López
Obrador y, después, a saber, si el gobierno de Sheinbaum se puede sacudir el
yugo de los rencores personales de López Obrador.
No le pone nada fácil el camino a su sucesora para su famoso segundo piso de la
Cuarta Transformación.
CAMPOS