El Doctor Patán miró nuevamente, con envidia y admiración, la casa en Campeche que se armó el Alito. No son sólo los 7000 metros cuadrados. No es sólo el buen gusto para poner una escultura de varios cientos de kilos en el jardín interminable, que un óleo en ese pasillo larguísimo.
No es sólo la cancha de fut, ni mucho menos el green de golf, un deporte que su Doctor no ha practicado aún. No es sólo el boliche, que aquí a su servidor le recuerda a su infancia, cuando sus padres, demasiado esporádicamente, le pasaban una lanita para ir al Bol Tlalpan con sus primos.
No es sólo lo de las tres albercas, indispensables cuando uno tiene ganas de relajarse un rato sin familiares o amigos incómodos alrededor y no quiere hacer la grosería de correrlos a medio fin de semana. Ni siquiera es la aspiración de cualquier ciudadano, perfectamente legítima, a tener en casa una sala de cine.
(Carezco de detalles sobre los gustos cinematográficos del presidente eterno –del PRI, se entiende; en este país, obviamente, sólo hay un Presidente Eterno con mayúsculas–, pero me gusta imaginarlo con un whisky, cansado, por fin rélax, luego de una junta con el Marko, viendo que un musical, que una comedia no muy sutil tipo Adam Sandler. Ah, o Rápidos y furiosos 8, una debilidad muy congruente con esa que le conocemos por los Lamborghini y los McLaren.)
No: no es nada de eso, el motivo de la envidia. Lo que da envidia es que mi Alito lo consiguió con sólo nueve millones de pesos, nada de esos 300 que le endilgan algunos medios, y ese ejercicio de austeridad republicana, muy próximo al de mi Rocío, o a los de mis bodocones, yo creo que le va a abrir las puertas del movimiento.
Eso sí, cómo va a extrañar mi Álex la casa cuando lo nombren embajador en a saber dónde. Ni modo: Dios da, Dios quita. Bueno: Dios y el movimiento.
Aquí su Doctor no es tan bueno administrando el dinero como el priista universal, pero ya negocia con la señora de la casa una réplica de lo que le parece la joya de la corona de la estética alitista: la barra de bar montada en un Cadillac. La réplica de la señora es la predecible.
Al margen de algún comentario sobre mis patrones estéticos que les ahorro, dice que “Estamos muy gastados y además no cabe”. El Doctor es de la opinión de que venga un tarjetazo y la barra, cuando haya visitas, la podemos usar como mesa de comedor, se entiende que con un mantel encima. Y, porque en esta vida hay que ceder, nos olvidamos del Mustang-mesa de billar. ¿No les parezco razonable?