Hector-Zagal
 

Desde 2011, cada 30 de julio se celebra el Día Internacional de la Amistad. Es una buena fecha para mirar nuestras amistades y preguntarnos ¿somos buenos amigos? Y aún más importante: ¿cómo saber si lo somos o no? Aristóteles nos ayuda a responder ambas interrogantes.

La amistad es un tipo de relación muy singular pues no nace ni de obligaciones sociales ni de un lazo natural biológico. Por el contrario, la amistad nace simplemente de la buena voluntad. Quien le ofrece su amistad a alguien más lo hace sin estar obligado a hacerlo.

El hecho de que la amistad parta de la voluntad le da un carácter informal pues no hay derechos ni obligaciones explícitos dentro de ella. Si advertimos otro tipo de relaciones como la de un padre con su hijo o la de un ciudadano con otro, notaremos que en estos casos los derechos y las obligaciones son claros e incluso llegan a estar plasmados en las leyes. Sin embargo, en el caso de la amistad, ésta es libre: somos amigos de quien queremos y vivimos esas relaciones como queremos. Por ello, dejar que la ley regule el número de amigos que tenemos o explicitar los deberes que tenemos hacia ellos acabaría con la amistad misma.

Pero entonces si no hay algo que regule la amistad, ¿cómo nos aseguraremos de que sea una relación próspera? La respuesta está en el dominio de nosotros.

Lo que une a los amigos es la buena voluntad que ambos tienen hacia el otro. La reciprocidad benevolente es el corazón de toda amistad. Por lo mismo, si la base de la amistad es la buena voluntad hacia el amigo, no podemos dejar que esa voluntad esté sometida a nuestros impulsos sensitivos.

La única manera de asegurar una amistad perfecta es siendo dueños de nosotros mismos. Debemos actuar racionalmente para así ser amos de nuestras emociones y acciones. Piensen, por ejemplo, en lo poco sólida que sería una amistad si nuestra benevolencia estuviese dominada por la tristeza, o la cólera. Es por ello que, para Aristóteles, la persona pasional es un mal amigo pues coloca su amista en la cuerda floja de su sentir.

Un buen amigo, además, es aquel que se hace merecedor de la amistad del otro. Los amigos no se quieren por necesidad ni para conseguir algo ni para satisfacer algún placer. Se quiere al amigo porque vale la pena quererlo.

La simple presencia del amigo debe alegrar la existencia del otro, pero para que esto suceda es importante que ambos adoren la virtud y repelan el vicio. Sólo así la mutua compañía resultará placentera y, en última estancia, los llevará a ser felices.

Quizá suene soso, pero les aseguro que Aristóteles dibuja una personalidad muy atractiva con sus virtudes: cordial, fuerte, de buen humor, benevolente, justo, modesto, pudoroso, magnánimo…

Sapere aude!

@hzagal

 

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana