En efecto, no hay delegación que provoque más frustraciones entre sus compatriotas que la mexicana. Puedes ser ciudadano de cualquiera de las economías grandes de este planeta, de China y Estados Unidos a Italia e incluso a España y Brasil, y disfrutar de unos cuantos puñados de medallas de oro, con himno y toda la cosa.

O puedes pertenecer a las mayorías subdesarrolladas y, salvo alguna excepción, como Kenya con sus maratonistas y Jamaica con sus velocistas, o por supuesto –aunque cada vez menos, porque la realidad bananera se impone, sin excepciones, a la larga– Cuba, llegar a los Olímpicos con la certeza de que difícilmente tendrás algo que festejar.

En cambio nosotros, como en tantas cosas, somos únicos. Con una economía top 20, somos de una colosal mediocridad deportiva. Ya se sabe: menos oros que Michael Phelps solito, y un bochornoso lugar 42 en el medallero histórico, por debajo de Kazajistán o Bielorrusia.

Por eso, todas las mañanas, nos levantamos a constatar cómo nuestros clavadistas dieron una pelea tremenda pero quedaron fuera del podio, cómo nuestro nadador quedó en último lugar, cómo las glorias del tae kwon do se difuminaron y cómo nuestro boxeo olímpico está a años luz de nuestro boxeo profesional.

Aunque, si se piensa bien, “frustración” tal vez no sea una palabra adecuada. Todos sabemos, a estas alturas, que no hay modo de triunfar colectivamente en un deporte cada vez más profesionalizado cuando los atletas se compran los pants por falta de ayudas públicas; cuando las corruptelas en comités y federaciones están perfectamente documentadas; cuando las clases de deportes, en las escuelas, se limitan a darle dos vueltas corriendo al patio y echar una cáscara, y cuando, en una onda verdaderamente norcoreana, todavía somos una nación en la que los atletas que ganan algo todavía se sienten en la obligación de agradecérselo al Presidente, supremo proveedor.

Así que, más que frustración, lo que le metemos a la experiencia olímpica es generosidad y celebramos con pasión el “espíritu Pípila” de nuestros poquísimos medallistas, que en efecto merecen toda nuestra admiración por hacer semejante esfuerzo sin una infraestructura mínima que los cobije. Hacemos eso, y le aplaudimos a Simone Biles o a Carlos Alcaraz como es justo hacerlo, vacunados, al menos parcialmente, contra los impulsos nacionalistas que nos distinguen en todo lo demás.

​La buena noticia es que Ana Gabi ya se fue a Aud Pied de Cochon a pensar en una solución de raíz.

 

     @juliopatan09