A quien mira lo ajeno, lo propio no le contenta
Séneca
Si es usted un clasemediero común y corriente de este planeta, el 90 por ciento de sus necesidades son superfluas. Quizá este hecho no le diga mucho, excepto que tiene una capacidad adquisitiva por encima de la línea de pobreza, porque trabaja para ello, y muy duro en no pocas ocasiones.
Sin embargo, en cuestión de la satisfacción y la autorrealización que busca a partir de alcanzar, sostener e incluso mejorar este estatus, va por el camino errado, porque ser un clasemediero promedio implica perderse en el laberinto del consumo constante de cosas que usted cree que necesita, pero no. Solo se ha acostumbrado a ellas o las desea para, supuestamente, elevar su estilo de vida.
Lo bonito, lo llamativo, lo novedoso, lo que otros tienen y lo que no tienen, lo que mejora aquello que usted ya posee y una colección sorprendente de objetos inútiles pero interesantes o útiles pero prescindibles, que ha adquirido en esas plataformas chinas de compras, serán su monótona e insatisfecha cotidianidad.
Si pone por un momento el foco de atención sobre sí mismo, se descubrirá siendo un consumidor insaciable. Si se pregunta qué es lo que realmente necesita, se dará cuenta que solo el 10 por ciento o poco más de todos los bienes y servicios que adquiere. Si va más a fondo, descubrirá que sus verdaderas necesidades son psicológicas: afecto, protección, validación, seguridad, conexión y hasta conocimiento, entre otras. Si no huye despavorido de esa revelación, sabrá entonces que no las está satisfaciendo, sino solo compensando.
Esto es porque ha venido pretendiendo obtener lo que necesita de los demás, en lugar de a través de los demás. En el primer caso, le ha dado a otros el poder de determinar quién debe ser usted, qué debe sentir, pensar, hacer, necesitar y desear. En el segundo, su corazón decide. Solo cuando esto último sucede, se sacian las necesidades y se colman los deseos.
Saber esta diferencia lo sacará de ese estado anímico que se llama insatisfacción crónica, que proviene de convertir la necesidad en perpetua carencia. Inicialmente son lo mismo: yo necesito aquello que de momento no tengo; sin embargo, tienen naturalezas distintas: la necesidad es una pulsión física y psíquica, temporal pero insosteniblemente dolorosa, que va desde la falta de alimento y sueño, hasta la de la tecnología más avanzada, cualquiera que sea el aparato que usted use, porque el cerebro no distingue entre lo racional y lo irracional, entre lo indispensable y lo opcional, cuando deseamos con avidez cualquier objeto que no cumple una función vital. Nuestra mente y cuerpo lo viven con la misma angustia que si tuviéramos mucha hambre.
Si una necesidad insoslayable, es decir, básica, no es satisfecha cuando debía serlo el cuerpo, protegiéndonos, en una situación de vida o muerte, se insensibiliza ante la pulsión, hasta recibir lo que necesita.
Tratándose de las necesidades secundarias, como vivienda, transporte, educación, trabajo, servicios médicos, entretenimiento, etc., habrá una necesidad atenuada, de baja pulsión, pero alto grado de deseo y, por tanto, de sensación de carencia.
Ahora bien, en el caso de las necesidades creadas para satisfacer éstas últimas, pero sobre todo para colmar las psicológicas y las sociales, la carencia nos volverá insaciables, ansiosos e infelices.
Este fenómeno, por cierto, se presenta en cualquier clase social, aunque con sus particularidades: cuando se está en la línea de pobreza, la insensibilidad del cuerpo también es mental, porque la necesidad insatisfecha es real y se prolonga o se repite constantemente; cuando se está en riqueza, la insaciabilidad es de poder y lo material es el medio.
Pero en aquella clase cuya naturaleza es siempre aspirar a más, la insatisfacción crónica es el sello anímico y la deuda el económico. Esto, claro, tiene remedio: sálgase del promedio, no gaste tanto en tanta trivialidad. Viva con más sencillez y tranquilidad financiera. No pasa nada.
@F_DeLasFuentes
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