Hector-Zagal
 

Seis de la tarde. Un chilango camina hacia la estación del metro cuando comienza a caer un aguacero torrencial. No trae paraguas porque advirtió que el cielo estaba soleado en la mañana. Aunque corra, se mojará. Resignado, el hombre sólo atina a decir: “Qué hermoso clima el de mi ciudad”. ¿Acaso le encanta empaparse a este hombre? ¿O es que disfruta del impredecible clima citadino? No. Ni una ni la otra. Lo que dijo es ironía.

La RAE, documenta dos acepciones de ironía. Por un lado, se puede entender como una “burla fina y disimulada”; por otro, es una “expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada”.

El adjetivo “disimulada” es fundamental, pues todo comentario irónico requiere que no se explicite que es una burla. Por lo general, somos los interlocutores quienes advertimos esa ironía casi por intuición o sentido común. Pero precisamente porque la ironía es un recurso cuyo verdadero significado se encuentra “entre líneas”, es muy susceptible de caer en equívocos.

Regresemos al ejemplo del inicio. Quizá para la mayoría fue fácil identificar la ironía por el contexto. Sin embargo, si sólo les hubiera dicho que un hombre camina bajo la lluvia hacia el metro y de repente dice “Qué hermoso clima el de mi ciudad”, ya no hubiera sido tan sencillo advertir si al hombre en verdad le gustaba la lluvia o se trataba de un comentario irónico. Por eso quien decide utilizar la ironía se expone a no ser entendido debidamente e incluso a comunicar un significado totalmente distinto al que pretendía.

En 1729, el irlandés Jonathan Swift escribió “Una modesta proposición”, un ensayo donde abordaba la pobreza de los jornaleros y campesinos de su país. El texto es célebre porque “su modesta proposición” era comerse a los hijos de la gente pobre para que así ya no supusieran una carga para sus padres. Esto, claro, era ironía. Lo que Swift en realidad buscaba era visibilizar las precarias condiciones en las que los campesinos y sus hijos vivían, pero apeló a la ironía para darle un estilo satírico a su ensayo. Muchas personas, sin embargo, creyeron que Swift hablaba en serio y lo tacharon inmediatamente a él y a su trabajo como del peor los gustos.

Los escenarios polarizados también aumentan el riesgo de que la ironía sea mal percibida. Polarizar implica radicalizar ideas y esa radicalización muchas veces excluye cualquier significado fuera del literal. Además, genera estigmas y prejuicio que encierran y limitan la intención comunicativa de las demás personas.

En el mundo de las redes sociales, el escenario está aún más enrarecido. No se puede brindar mucho contexto en un post de 280 caracteres, tampoco en historias de quince segundos o en reels de un minuto. Los equívocos están a la orden del día. Quizá por ello sea preferible dejar cada vez más claro que nuestros comentarios son irónicos, aunque ese acto atente contra la esencia de la propia ironía.

Sapere aude!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana