Si yo fuera Presidente y el objetivo de mi sexenio hubiera sido mi consagración histórica, mi salto a la posteridad, mi nombre en letras de oro, estaría francamente preocupado con la historia del Mayo Zambada.
La historia es confusa y probablemente así se quedará, pero lo más probable es que enchapopote sin remedio las letras doradas. Primero que nada, está el lugar en que queda el góber sinaloense, muy cercano al Presidente. Las acusaciones que hace Zambada contra él son terribles. ¿Debemos comprárselas así como así? Decididamente, no. ¿Hay pruebas de que llamó a un capo para mediar en un conflicto entre políticos en plan oigamos a la autoridad, a nuestro Vito Corleone? De nuevo, no. ¿Podemos conectarlo con el asesinato de Héctor Cuén por el hecho de que lo diga un líder criminal y nada más? Por supuesto que tampoco. Pero hay dos motivos de suspicacia que no se ve cómo van a lograr borrar ni el propio gobernador, ni el Presidente, ni la orquesta mediática a su servicio.
El primer motivo es que no es ni tantito creíble que Cuén haya muerto por un asalto en una gasolinera. Vean el video, por Dios. Así que el complotismo se asoma con entendible naturalidad. Sobre todo, está el acumulado sexenal. En efecto, los cárteles operaron en favor del oficialismo en las elecciones intermedias. En efecto, el Presidente, luego, dio las gracias a los malos por haberse portado bien. En efecto, existió una investigación gringa, abortada por motivos políticos, sobre el patrocinio de las mafias a las campañas chairas. En efecto, el Presidente saludó como saludó a la madre del Chapo. Súmenle el culiacanazo y que, en efecto, los gringos prefirieron no nada más no involucrar, sino mantener en la ignorancia sobre la detención del Mayo y de Guzmán López al gobierno de nuestro país, en una muestra inapelable de desconfianza.
Luego, la ignorancia, sí, perdura porque, por si fuera poco, el aparato de inteligencia mexicano no parece haber funcionado, digámoslo así, con los estándares de “Fauda” o “Jack Ryan”. Otra vez, no hay pruebas para incriminar a nadie en el oficialismo por complicidad con el crimen organizado, pero el levantamiento de cejas se justifica. Eso, y/o una acusación de incompetencia que, estarán de acuerdo, también deja lamparones en cualquier posteridad.
Para acabarla de joder, el argumento de Rocha es que ese día voló a sus vacaciones en el avión de un amable empresario. Adiós, austeridad republicana; adiós, separación de lo económico y lo político.
Vaya final de sexenio.
@juliopatan09