Empatía. Alejandro Espinoza reparte tortas y café en el Hospital General de México, en la colonia Doctores, es una manda que hizo tras la muerte de su hija, quien perdió la vida a causa de la insuficiencia renal.
Foto: AFP | Empatía. Alejandro Espinoza reparte tortas y café en el Hospital General de México, en la colonia Doctores, es una manda que hizo tras la muerte de su hija, quien perdió la vida a causa de la insuficiencia renal.  

A las afueras del Hospital Magdalena de las Salinas, Juan duerme profundamente en su auto; el cansancio, la angustia y el desvelo lo han derrotado tras pasar una noche fría y larga a las afueras del nosocomio.

Para el hombre no es opción moverse del sitio porque su madre se reporta como delicada, debido a un golpe en la cabeza que sufrió al resbalarse por el piso mojado en su casa.

Aunque en este sexenio el Gobierno federal prometió que el sistema de salud llegaría a ser como en Dinamarca, no sólo los pacientes sufren por su enfermedad y con frecuencia por la falta de insumos en hospitales públicos, sino que sus familiares esperan noticias de sus seres queridos en condiciones indignas.

A las 22:00 horas, Alejandro Espinoza llega a bordo de su camioneta al Hospital General de México, ubicado en la colonia Doctores, para repartir tortas y café a las decenas de personas que tienen a un familiar internado, quienes aguardan en la calle noticias de sus pacientes, a expensas del hambre y del frío.

Para Alejandro, habitante de Iztapalapa, el regalar comida es parte de una manda que hizo tras la muerte de su hija, quien perdió la vida a causa de la insuficiencia renal.

“Hicimos una promesa de regalar un poco de providencia para la gente que vemos que necesita, no económicamente, pero pues si un taco, damos apoyo porque sabemos lo que es pasar afuera de los hospitales”, narró.

“Es una sensación inexplicable”, expresó Hermenegildo de los Santos, originario del municipio poblano de Tehuacán, quien recibió una torta de Alejandro. El hombre se ha “amarrado la tripa” para comer en los días venideros, ya que su esposa padece cáncer cervicouterino y está hospitalizada debido a la enfermedad.

“El frío se soporta, ojalá nos pusieran un techo y algunas bancas para estar mejor, sé que no es lugar, pero necesitamos resguardarnos de la lluvia”, mencionó el hombre, previo a dormir por cuarto día consecutivo en la calle.

José Miguel quien en compañía de su esposa e hijo, originarios de Veracruz y sin familiares en la capital se ven en la necesidad de pernoctar a las afueras del hospital, debido a que su pequeño recibe quimioterapia: “Nos estamos viniendo aquí en la calle, porque cada mes le están haciendo quimioterapia a mi hijo, que fue operado de un tumor en el páncreas”.

Al otro lado de la ciudad, en el camellón frente al Instituto Nacional de Cardiología, dónde confluyen Periférico, Tlalpan y Viaducto, bajo los árboles se encuentran tiendas de campaña, que no son ocupadas por indigentes o migrantes, sino por familiares de pacientes. Se trata de personas que vienen de lejos, incluso del interior del país, en busca de atención para sus hijos, hermanos, esposos, tíos, abuelos, cuyos casos, al ser complicados, fueron remitidos a la capital: “el doctor nos mandó para acá”:

La queja no es el servicio hospitalario, que, incluso consideran bueno y de calidad en esta institución… Sino la forma en que deben esperar noticias de sus pacientes.

Es el caso de una familia que viene de Tantoyuca, Veracruz, una comunidad ubicada a casi ocho horas en transporte público.

Abuelos y nietos pasan el día y la noche en una casa de campaña familiar, a solo unos metros de la entrada de Cardiología, esperando saber de un bebé que nació enfermo.

Por su parte, Cristian Fabián y su esposa, quienes están sentados en el piso, comen una torta, y esperan para conocer el estado de salud de su pequeño.

“Venimos de Silao, Guanajuato. Tengo a mí bebé aquí adentro (del hospital), que tiene problemas en el corazón, lo van a operar. Aquí dormimos, comemos, solo traemos dos cobijas”

 

Amigos y familia en la enfermedad: experto

 

“A los amigos y familia se les conoce en la enfermedad”, es la idea que tiene la población mexicana, de ahí que los familiares de los internados en los hospitales lleguen a pernoctar afuera de los nosocomios, indicó Felipe Gaytán, académico de la Universidad La Salle.

En entrevista con 24 HORAS, el experto en sociología expusó que el hecho de que un familiar se quede afuera del hospital, es un acto solidario, ante el tiempo y hambre que llega a pasar. Además en varias ocasiones es una rotación de familiares, quienes están al pendiente del internado.

En cuanto al por qué es costumbre está acción en México, Gaytán indicó que es una forma de afrontar la tragedia como grupo, a diferencia de la cultura europea, germanas y escandinavas, donde el núcleo familiar afronta la situación sin involucrar a otros parientes, como en el caso de Latinoamérica.

“La enfermedad si bien se padece individual se afronta de manera grupal, como contención para evitar el quiebre de la solidaridad, y esto se acentúa en el caso de los padres o abuelos que son los núcleos familiares”, detalló.

 

Vulnerabilidad

 

Una más es la historia de Cristian, quien lamentó que no existan mejores condiciones para aquellos que vienen del interior de la República y explicó que dos días antes gastó 300 pesos para alquilar una habitación, dónde pudo dormir y bañarse. “Entramos a las 8 de la noche, y salimos a las 11 de la mañana, son unos cuartitos, y ahí está muy lleno”, detalló.

Y así, pese a todo, esperan con paciencia y esperanza el alta de su familiar, incluso, de vez en vez, aparece algún buen “samaritano” para apoyarlos, ya sea con pan, café o dulces tradicionales “para hacerles más leve el momento”.

En Magdalena de las Salinas, son decenas las personas que pernoctan a las afueras del nosocomio, aguardando información de sus familiares, sin poder regresar a sus hogares.

María Esther Galindo, quien procede de la alcaldía Iztacalco, comentó que su hermana fue hospitalizada debido a una fractura de costilla, a causa de un accidente automovilístico, y aunque el estado de su familiar es favorable, la mujer lamentó que ante la necesidad de la emergencia la gente “haga su agosto”.

“¡Uno viene con el Jesús en la boca, y todavía a gastar!”, expresó con molestia, pues en tan solo dos días ha invertido cerca de 800 pesos entre comida, baño y estacionamiento por estar al pendiente de su hermana internada.

“Nos cobran por estacionamiento aquí 35 pesos por tres horas, y sino pagas las otras horas los mismos de aquí te hacen maldades, luego siete pesos el baño, hay veces que vamos más de una vez, y luego 20 pesos por la renta del banco, más 300 pesos por la comida de estos días”, comentó.

Elena Josefina, procedente del municipio mexiquense de San Vicente Chicoloapan, relató a este diario que lleva dos noches durmiendo a las afueras del Hospital Magdalena de las Salinas, donde apiló unas piedras para sentarse y hacer amena la espera.