Javier Solís - Diario 24 Horas

No hay manera de entender el sentimiento que imprimió Javier Solís a temas inmortales de la música ranchera como Llorarás, Llorarás y Renunciación, hasta saber que fue un niño no reconocido por su padre y abandonado por su madre, además de estar marcado por la miseria de aquel México de los 40.

Si no sabe de lo que le hablo, basta con ver la cinta Los Olvidados, de Luis Buñuel (1950).

El Señor de las Sombras, como se le conoció por el tango inmortalizado en bolero ranchero, cumpliría 93 años hoy.

Se reinventó en vida tras haber crecido en la pobreza infame de la época posrevolucionaria. Nacido en Tacubaya (4 de septiembre de 1931), desde los diez u 11 años, el pequeño Gabriel Siria Levario, (nombre de pila del cantante) subsistió haciendo mandados en mercados y a vecinos.

Su refugio fueron sus tíos Valentín y Ángela, con quienes creció, ya que ellos no pudieron tener hijos.

Fue en la adolescencia que ingresó a una panadería como repostero. Por un breve tiempo incursionó en el box, pero “los moquetes” no eran lo suyo, según una entrevista que ofreció a la XEB.

En la carnicería La Providencia en Juanacatlán, fue tablajero, pero se pasaba la vida y las jornadas cantando, cuando la máxima gloria en la radio era Jorge Negrete, El Charro Cantor.

AMABA LA NIEVE DE LIMÓN

Mario Cuéllar, de la nevería Mi Juanita en Tacubaya, abierta desde 1926 (hace 98 años),  narró a este diario que fue a los 11 años cuando conoció al intérprete de En mi viejo San Juan.

“Venía aquí a la paletería con mi papá y mi mamá, ellos lo atendían; en la familia nos acordamos que le gustaba mucho la nieve de limón o su agüita de limón.

“Tomaba el camión aquí en la esquina, pasaba en los años 50 el ruta América-Palmas, ellos (Javier y su familia) eran de lo que hoy es Observatorio y antes formaba parte de Tacubaya”.

El nevero cercano a los 70 años, recordó que Javier Solís “también compraba seguido la nieve de mamey y su barquillo que entonces costaba un peso”.

A Javier Solís lo impulsó, según se comprendió con el paso de los años, la muerte de Pedro Infante (1957) en un trágico accidente aéreo. Y aunque su voz era muy parecida a la del Ídolo de Guamúchil, siempre le trajo problemas con los productores musicales, con sus casas disqueras, pero eso también lo llenó de contratos en teatros, caravanas y cabarets como el Bar Azteca, en el Centro Histórico, donde en los años 60 se inmortalizó como la nueva voz de aquel México bohemio.

Hombre de su tiempo, se casó con tres mujeres; aunque escalonadamente y tuvo, dicen, algunas crónicas nueve hijos. 

NOCHE Y DÍA, SU TEMA MÁS DIFÍCIL

En tanto Mike Quintana, creador de las famosas tortas “El Nuevo Chatín”, en Tacubaya y vecino de Javier Solis –quien cada año prepara un homenaje especial en la Alameda del barrio y un festival para recordar al Rey del Bolero Ranchero–, cuenta que supo por una de las esposas e hijos del cantante que para él su tema más complicado de las más de 360 composiciones que grabó fue Noche y Día. ue para él su tema más complicado de las más de 360 composiciones que grabó fue Noche y Día. que se produjo en Nueva York, aunque no había quedado tan contento por el grado de complejidad.

En su lecho de muerte en (1966) dos familias peleaban el sofá junto al ataúd y el lugar de la señora junto al esposo pérdido.

Javier Solís forma la tercia de ases junto a Pedro Infante y Jorge Negrete, de los grandes charros mexicanos de aquel país que ya no existe y queda sólo en la música en Spotify, en YouTube, en aquellos viejos discos de vinilo en la casa de los abuelos.

Cuando tu destino está marcado y naces en las sombras, tu final no es muy distinto. En 1963, tras varios años de consagración luego de la muerte de Infante, Javier Solís empezó el ocaso terrenal con fuertes dolores estomacales que lo persiguieron de Infante, Javier Solís  por más de tres años, hasta su muerte en 1966.

Dicen que no hay dolor más iracundo, irritable, insaciable después de una muela del juicio y de parir a un hijo, que el de una vesícula biliar reventada.

Las constantes crisis de dolor fueron mermando las presentaciones interrumpidas por sus visitas al hospital.

Un vaso de agua, dice el mito, fue una de las causas que inmortalizó al charro y lo convirtió en leyenda; tomar el líquido después de una operación, aunque no está confirmado, habría sido una de las causas de su muerte.

Fue un 19 de abril de 1966, cuando un infarto apagó a la voz, pero también lo inmortalizó, tras una semana de convalecencia por una grave infección y tras retirarle 50 piedras biliares; así nació el mito. México perdió por tercera vez a una de sus máximas figuras, quien contaba con 34 años.

La voz inmortal que nos lleva una y otra vez al seno familiar, a la casa de los abuelos, a nuestra infancia, a aquel mundo fugaz del México de los 60, ese que ya no está.

Amigo Organillero (canción grabada semanas antes de su muerte) estalló, a la hora del deceso de Gabriel Siria Levario, en todas las radios del país, como un presagio premonitorio de su partida con estrofas como “quiero morir no tengo ya aquel amor tan puro y santo… quiero seguir al más allá a la que quiero tanto”.

 

SABÍAS QUE

  • Amaba la nieve de limón: En “Mi Juanita”, una nevería de 98 años de tradición, cuentan que Javier Solís amaba la nieve de este cítrico e incluso masticaba hielo. 
  • Noche y Día, su tema más difícil… Mike Quintana, de la tortería “El Nuevo Chatín” en Tacubaya asegura que esa canción fue la más compleja en voz del propio artista.
  • Por un vaso de agua: Uno de los mitos de la leyenda de la música mexicana es que el beber el líquido en plena convalecencia, le habría ocasionado la muerte en 1966.