No sabemos ser originales ni para equivocarnos

Dostoyevski

 

La primera gran paradoja del ser humano es que quiere ser auténtico y original como individuo, distinguirse para destacar; pero también igual a los demás socialmente, parecerse para pertenecer. La segunda es que desea ser creativo, innovar, transformar, cambiar su realidad, pero a partir de lo que siempre ha creído y nunca le ha funcionado.

Para resolver estas torturantes dicotomías, se acuñó el término “pensar fuera de la caja”, es decir, traspasar mentalmente los límites de las ideas y las soluciones convencionales para mirar hacia lo que no se ha intentado e incluso se considera inconveniente.

El concepto nació en el coaching empresarial, pero ciertamente es aplicable a nuestra vida cotidiana, ahí donde y cuando se requiere que nos adaptemos a nuevas realidades.

En nuestro diario vivir, pensar fuera de la caja se convierte en un reto, porque en primer lugar tenemos que gestionar la confusión derivada del miedo paralizante que nos invade cuando nos enfrentamos a un cambio de situación o cualquier problema impactante, para poder pensar en un plan, una acción correcta.

En segundo lugar, tenemos que dejar de aferrarnos a las creencias que nos impulsan a ver el cambio o problema como una amenaza, en lugar de como una oportunidad de mejorar nuestras vidas. En la ruta de pensar fuera de la caja, este proceso es el más difícil, pues cada uno de nosotros ve la vida como la interpreta, no como es, y le concede a esa interpretación calidad de real y verdadera, por tanto, de inamovible.

La dificultad radica específicamente en la emoción en que se ancla la creencia, no en el argumento que la justifica, el cual puede ser incluso muy irracional. Lo que el ser humano se niega a cambiar es la forma en que siente, no en la que piensa. Nuestra capacidad de armar razonamientos, buenos o malos, ciertos o falsos, está pautada por aquello que sentimos, especialmente lo que nos ocultamos a nosotros mismos.

Y sí, pensar fuera de la caja va a cambiar su vida por completo; seguramente lo llevará a sentirse nuevamente entusiasmado, estado anímico que el ser humano ve apagarse a partir de los 60 años, no porque se vuelva viejo, sino porque llegó a esa edad aferrado a las mismas desgastadas e ineficaces creencias de toda su vida, y una de ellas es que ya nada nuevo ni atrevido puede hacer a esas alturas, como no sea jubilarse para comenzar a morir, pues ya cumplió su misión y sale sobrando.

Así que nunca proponerse pensar fuera de la caja se convierte en una aventura más necesaria, gratificante y oportuna que justo cuando se entra a la sexta década. Atrévase a ser un fénix y resurja de sus cenizas. Cree las oportunidades y tenga los éxitos que antes no tuvo.  Mi propósito en este espacio es ayudarle.

Comencemos con el miedo. La misión de éste es plantearle el peor escenario, no para que entre en pánico, sino para que se prepare por si llega a suceder. El error que usted comete es creer que se trata de un invariable vaticinio. La solución es aprovecharlo como una herramienta terapéutica: cálmese, respire, relájese, cierre los ojos y vea ese posible, solo posible, desastre; imagínese sorteándolo o transcurriéndolo y saliendo de él. Dese cuenta de que siempre podrá resolver. Esto disminuye el miedo al mínimo o lo hace desaparecer.

Ahora está usted apto para emprender una solución. El primer paso es aceptar que puede estar equivocado en la forma que interpreta las cosas. No se aferre a tener razón, no pretenda ser perfecto en lugar de creativo, porque ambos objetivos son incompatibles. Así que lo primero es detectar las emociones que le provoca equivocarse. ¿Qué pasa si ha estado equivocado toda su vida? Pues en realidad nada. Lo que ya fue, fue. Ahora a cambiarlo. Y la próxima semana le digo cómo.

 

     @F_DeLasFuentes

delasfuentesopina@gmail.com