Van a imponer una “reforma” al Poder Judicial que no es una reforma, sino una revolución, en el entendido de que las revoluciones son malas, o tal vez un cuartelazo y punto. Consiste en despedir a miles de personas sin atención a sus culpas o merecimientos personales, o sea a su trabajo real y concreto, por el hecho mismo de ser jueces, ministros, magistrados o lo que sea, en una especie de pogromo jurídico, para luego decirte que puedes votar para reemplazarlos por quien tú quieras… Entre quienes eligieron ellos.
¿Cómo lo van a hacer? Con una mayoría calificada al menos dudosa en la Cámara de Diputados y con la complicidad, en la de senadores, de unos representantes de la oposición que no tienen que digamos una enorme gallardía republicana, no, pero a los que, sin pudores, o seducen, o amedrentan, o ambas.
Se trataron de agandallar la gubernatura de Jalisco, que evidentemente perdieron, y es muy probable que se agandallen la alcaldía Cuauhtémoc, que por supuesto perdieron también, con el cinismo propio de un presidente municipal de los años 30.
En la Ciudad de México, cambiaron la constitución local, también con la complicidad de la oposición, que le está chapulineando a lo grande, o por miedo o por avaricia, en todas partes, de tal manera que el derecho a conservar tus propiedades, o sea, lo de la sacrosanta propiedad privada, haya pasado de claro y contundente a por lo menos ambiguo.
Súmenle la desaparición de los órganos autónomos y que van a militarizar clara, formal y decididamente a la Guardia Nacional, en un país que ya le entregaron, en tremenda proporción, al Ejército, todo a costa, si es necesario, del Tratado de Libre Comercio y la relación con los gringos y los canadienses, de la salud del peso, que está ya más que sarteneado, y de lo que se acumule esta semana o propiamente este mes, que es el de la despedida del hombre que, solito, sin contrapesos, en medio de un culto a la personalidad también como de los años 30, pero en Italia, la Unión Soviética o Alemania, parece haber decidido que después de él, el diluvio, para que lo extrañemos en serio y porque nada como ver desde una hamaca cómo allá afuera, sin ti, se incendia la llanura.
Así que no, no estamos en Venezuela, y con un poco de suerte no lo estaremos nunca, pero aquí sí aplica eso que tenemos que recordar con cierta frecuencia, y que lo mismo se le atribuye a Franco, que a Pinochet, que a algún político uruguayo, de “Estábamos al borde del abismo, pero hemos dado un paso al frente”.
@juliopatan09