Cuando los más encumbrados radicales del régimen dicen que mejor se lleven su lana los inversionistas si no les gusta la contrarreforma al Poder Judicial, lo dicen en serio.

Se retratan con los dictadores como Nicolás Maduro mientras que en sus ratos libres se dedican al shopping en las tiendas más fifís de México, porque lejos de ser comunistas, son oportunistas encumbrados.

Con todo y que mañana está marcado como un día histórico para este país, todavía es difícil de creer que, aun dentro del oficialismo, todos estén resignados a ver cómo se desmorona el país para dar un regalo de despedida a López Obrador.

¿Por qué la presidenta electa estaría dispuesta a iniciar su administración, como la primera mujer en el más alto nivel de la política nacional, con una crisis de confianza garantizada?

Indicadores como el tipo de cambio son solo termómetros del momento tan delicado que vive la economía mexicana en la antesala de una modificación constitucional que realmente tiene el interés personalísimo de controlar todos los hilos del poder.

Lo que está en juego es la confiabilidad de este país para los inversionistas. No solo para esos capitales multimillonarios que hoy están detenidos y que parecen importar tan poco a los radicales del ejecutivo y legislativo.

También los inversionistas locales de todos tamaños, los que quieren ampliar o mantener sus negocios, los que no saben si comprar un departamento o un automóvil. La confianza es un elemento básico para que la economía crezca y se pueda gobernar.

Mañana pues será un día clave para la historia de este país. Puede ser el día en que se desata una crisis confeccionada desde la presidencia del país, o bien puede ser el día en el que se desaten otros intentos menos democráticos de hacerse del poder.

Porque, es un hecho, si se diera el auténtico milagro de que la oposición frenara al autoritarismo oficial y no consiguiera los 86 votos que necesita, no 85 sino 86, seguro que López Obrador redoblaría su apuesta absolutista.

Se abriría un escenario con pocas posibilidades pero que daría la opción del mejor escenario posible a estas alturas. Si la oposición logra frenar al autócrata y la siguiente administración logra mostrar alguna congruencia democrática, los partidos opositores estarían obligados a buscar una reforma negociada con la presidenta Claudia Sheinbaum.

¿Qué ganaría la siguiente administración negociando con los poquitos opositores, si puede tenerlo todo con su aplastante mayoría?

Primero, que fueran sus reformas, no las de un Presidente saliente con clara disonancia cognitiva.

Segundo, estabilidad para gobernar y preservar la confianza de los capitales que todo gobierno, de izquierda, derecha o centro, necesita para tener éxito.

Una reforma al poder judicial coherente con las prácticas democráticas no le daría el poder dictatorial a la futura presidenta, pero sí el más amplio margen para aplicar un plan de gobierno progresista con el apoyo de los agentes económicos nacionales y extranjeros.

Hay dos opciones para el gobierno que empieza en 21 días, gobernar antidemocráticamente con todo el poder y en medio de una crisis, o gobernar con todo el poder en un marco democrático y con el apoyo de los diferentes sectores sociales, incluidos los dueños del capital. ¿Qué elige la doctora?

 

     @campossuarez