Una multitud conmovida desfiló ayer frente al féretro de Alberto Fujimori, el expresidente descendiente de japoneses, ingeniero agrónomo de profesión y con una exitosa trayectoria como docente universitario, quien falleció el miércoles a los 86 años y dejó una huella polarizante en la historia de Perú.
Presidente entre 1990 y 2000, se convirtió en el primer hijo de inmigrantes en conquistar la presidencia, al vencer en las urnas al escritor Mario Vargas Llosa.
Sin embargo, su mandato estuvo marcado por decisiones que generaron tanto admiración como rechazo.
Por un lado, logró lo que muchos consideraban imposible: derrotar a la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso, un grupo que había sembrado terror en el país durante años. Con mano dura, desmanteló la amenaza y estabilizó la economía, implementando un modelo neoliberal que sacó a Perú de una crisis profunda. Estas acciones le valieron el apoyo de empresarios y sectores sociales que lo vieron como salvador de la nación.
Sin embargo, su estilo autoritario no tardó en levantar polémica. En 1992, dio un “autogolpe” disolviendo el Congreso y controlando los otros poderes del Estado, una jugada que debilitó las instituciones democráticas. Su asesor de inteligencia, Vladimiro Montesinos, orquestó un régimen de control sobre los medios de comunicación y la judicatura.
Además, su gobierno se vio envuelto en serios casos de corrupción y violaciones a los derechos humanos, como las esterilizaciones forzosas que tenían como objetivo controlar la población en las comunidades rurales. Además fue condenado por la muerte de 25 personas en dos masacres ocurridas entre 1991 y 1992, perpetradas por un escuadrón militar.
A pesar de sus sombras, algunos recuerdan su intervención en 1997, cuando ordenó la liberación de rehenes de la embajada de Japón, lo que le dio un importante rédito político. Pero su caída fue abrupta: en 2000 huyó al país de sus ancestros tras su renuncia a la presidencia vía fax. Años después, fue extraditado desde Chile y encarcelado en Perú.
Fujimori murió en Lima, pasando sus últimos años entre la cárcel y hospitales, dejando un legado que la historia seguirá debatiendo.