Hay muchas herencias muy negativas del gobierno que termina, pero una de las peores es aquella que afecta la percepción de los mexicanos para ver a otros mexicanos como el contrario, prácticamente como el enemigo.

Habrá muchos costos financieros que serán difíciles de reparar, hay muchas oportunidades perdidas que no se van a recuperar, pero sembrar la división social es un cáncer que destruye el tejido social, que despedaza la identidad nacional.

Ese odio colectivo ha sido una enseñanza diaria desde la tribuna del Presidente de la República, que ha usado los recursos del Estado para avivar un rencor social que nutre a su movimiento político.

Andrés Manuel López Obrador está protegido por un halo que genera ceguera colectiva entre sus seguidores y le creen sin chistar que es ese ser austero, desinteresado y con buenas intenciones.

Pero muchos de los personajes que le rodean no gozan de esa impunidad cuasi religiosa y rápidamente son desenmascarados como farsantes.

Uno de los personajes más llenos de contradicciones es el senador José Gerardo Rodolfo Fernández Noroña, que gusta de la vida de lujos, pero poseedor de un discurso de lucha de clases con un marcado desprecio a los niveles socioeconómicos altos y a las mujeres.

Tanto que fue sentenciado por unanimidad por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, por violencia política en razón de género.

Ciertamente es un hombre culto, pero ha utilizado su agilidad verbal con mucha ligereza y agresividad para impulsarse en su carrera política y ahora ha llegado a un nivel en donde demuestra para qué este régimen usa todo el poder acumulado.

Fernández Noroña acude con mucha frecuencia a los lugares donde está la gente que no le gusta, los supermercados más exclusivos de la ciudad, las tiendas departamentales más afamadas, las salas VIP de los aeropuertos.

Aun dentro de su descarada contradicción, tiene todo el derecho de ir y de no ser confrontado de ninguna manera, pero ese rencor social que todas las mañanas se siembra desde Palacio Nacional tiene efectos.

Ante la agresión, totalmente reprobable, de un ciudadano al senador el pasado fin de semana en el aeropuerto capitalino, en una sala de “fifís, conservadores, neoliberales”, la respuesta del encumbrado personaje fue echarle todo el peso del Senado de la República con un posicionamiento que no han tenido en ninguna de las verdaderas desgracias de este país.

Hay que leer cómo ese poder legislativo reacciona, usando el sello oficial, a una agresión verbal, que no física de acuerdo con los videos, con argumentos de que la derecha emprende una campaña de odio y violencia, cuando si hay alguien responsable de ese odio y esa violencia es Andrés Manuel López Obrador.

Este episodio que envolvió a Fernández Noroña en un reprobable caso de agresión verbal ha permitido ver cómo opera un Estado autoritario que avienta toda la fuerza de una de las cámaras del Congreso de la Unión para presentar una denuncia penal en contra del presunto agresor, que como agravante para el régimen, “trabaja para empresas con grandes intereses económicos”.

Tan pronto como tengan en su bolsa todo el Poder Judicial, podrán encarcelar a éste y a cualquier otro ciudadano que les reclame un poco de congruencia, así funcionan las dictaduras.

 

       @campossuarez