El asesinato de Hasán Nasralá, líder de Hezbolá, en un bombardeo israelí en Beirut, supone un duro revés para el movimiento proiraní y un respiro para el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en medio de crecientes protestas y críticas.
Esta eliminación, que refuerza la postura de Netanyahu, marca una escalada en la lucha contra Hezbolá, que ya perdió a varios de sus altos mandos en una serie de ataques recientes.
Analistas sugieren que la presión sobre Hezbolá es insostenible. La organización islamista, que se vio debilitada, se enfrenta a una disyuntiva crítica: debe responder de manera contundente para no parecer incapaz o asumir una “derrota total”. Expertos como Heiko Wimmen advierten que no actuar sería un grave error estratégico.
Mientras potencias como Estados Unidos temen una guerra total, la muerte de Nasralá también envía un mensaje claro a los aliados de Irán y a otros grupos chiitas en la región: la seguridad de sus posiciones está en juego. Así, Hezbolá se encuentra en un momento decisivo que podría definir su futuro.