Claudia Sheinbaum inicia su gestión con una visita obligada a Acapulco, el municipio más devastado por el paso del huracán John, con la obligación moral de mojarse los zapatos (o zapatillas).
Pasados los fastos de los actos protocolarios luego de rendir protesta como Presidenta, Sheinbaum enfrentará la realidad de administrar un presupuesto magro para paliar la necesidad que tienen más de 15,000 familias tan solo en el puerto, el principal generador de recursos para el estado de Guerrero.
La Presidenta deberá caminar por los lugares siniestrados y no sólo refugiarse en la base naval acapulqueña junto con su gabinete, como lo hizo López Obrador después de la destrucción provocada, hace casi un año, por Otis.
Ese sería el primer acto que marcaría una diferencia entre lo que hizo el tabasqueño y lo que hará ella durante su gestión, cuando se presenten emergencias como la actual.
De hecho, un amplio sector de la sociedad, en el que se encuentran inversionistas, líderes partidistas de oposición, líderes religiosos, representantes de organizaciones civiles, le piden a Sheinbaum marcar una diferencia entre los modos del expresidente y su forma de hacer política.
Guadalupe Murguía Gutiérrez, coordinadora de la bancada del PAN en el Senado, sintetizó el pedido en una sola frase: “no queremos una Presidencia tutelada’’.
Es decir, que Claudia gobierne como Claudia y no como su antecesor, por mucho agradecimiento que le tenga.
Tampoco se le pide que se desmarque de los principios políticos que abandera, sino que corrija los errores, por acción y omisión, que cometió López Obrador durante su gestión.
Por ejemplo, el hecho de nunca haberse reunido con los coordinadores parlamentarios de los partidos de oposición o con sus presidentes.
Jamás tuvo una reunión, ni formal ni informal, con ellos.
Esa supuesta superioridad moral con la que se condujo el oriundo de Macuspana, ha contribuido sustancialmente al clima de polarización que vive el país.
El priista Alejandro Moreno, presidente del PRI, lo aclaró: “La pluralidad política vive su peor momento’’.
Y así es.
De hecho, en su discurso ante el Congreso, Sheinbaum invisibilizó a la oposición.
No hubo un gesto, un guiño para sumarla a la transformación del país y optó por un discurso partidista, festivo.
“La mejor forma de preservar la República’’, dijo el líder del PRI, “es respetar la Constitución. No hay república sin consensos, sin igualdad, sin seguridad y sin libertad’’.
Consenso fue el que no hubo, ni siquiera para la definición de las comisiones de cortesía que se designaron para recibir al expresidente y a la Presidenta; como era su fiesta, Morena se agandalló los lugares.
Sheinbaum llega a Palacio Nacional con más votos que López Obrador y con niveles superiores de popularidad.
Tiene enfrente grandes retos, la seguridad y la situación financiera del país, pero también la oportunidad de pasar a la historia no solo como la primera mujer en ocupar la presidencia, sino la que resolvió parte de los problemas.
Dicen que nunca fueron buenas las segundas partes.
Sheinbaum deberá construir su propio gobierno con acciones distintas a las de López Obrador, a menos que su interés sean las próximas elecciones y no las próximas generaciones, como debería pensar y, en consecuencia, actuar una estadista.
Ignorar a quienes piensan diferente o incluso perseguirlos no abonará a la construcción del país que todos queremos, por el contrario, profundizará la polarización que vive el país.
Se tendrá que mojar los zapatos (o zapatillas) y tendrá que honrar el mandato de gobernar para todos no solo para quienes la llevaron al poder.
Mucha suerte.
@adriantrejo