La reciente advertencia de Kristalina Georgieva, directora del FMI, sobre los posibles impactos de nuevos aranceles en Estados Unidos, no debería pasar desapercibida. Especialmente cuando figuras como Donald Trump y Kamala Harris han respaldado esta medida en un contexto en el que Estados Unidos sigue luchando por controlar una inflación que ha debilitado su economía tras la pandemia.

Georgieva subraya un punto clave: los aranceles tienden a aumentar los precios, afectando principalmente a las familias de bajos ingresos. Este argumento cobra relevancia si recordamos que la inflación impacta desproporcionadamente a los sectores más vulnerables de la sociedad. Y aunque, en teoría, los aranceles están diseñados para proteger a la industria local, en la práctica, generan efectos adversos que van más allá de un simple incremento en el precio de los productos importados.

Aquí es donde entra en juego una dinámica preocupante. Si bien la política arancelaria puede generar ingresos a corto plazo o proteger industrias estratégicas, su impacto a largo plazo es mucho más insidioso. Los aranceles funcionan, esencialmente, como un impuesto encubierto al consumidor. Aunque inicialmente se impongan sobre los bienes importados, el costo adicional suele trasladarse a los precios al consumidor, lo que agrava las presiones inflacionarias.

En el caso de Estados Unidos, los aranceles no sólo aumentarían los precios en los estantes, sino que también afectarían los salarios; pues a medida que los precios de los bienes se elevan, los trabajadores presionan para obtener mejores sueldos que compensen el incremento en el costo de vida. Este ciclo de inflación-salarios es difícil de romper, y es exactamente lo que las economías desarrolladas intentan evitar.

Para México, un país estrechamente vinculado a Estados Unidos, las implicaciones de los aranceles son igualmente significativas. Al ser uno de sus principales socios comerciales, cualquier cambio en las políticas comerciales afectaría directamente a la economía mexicana. Y aunque si bien México ha logrado esquivar algunos de los efectos de las políticas arancelarias debido al T-MEC, la incertidumbre sobre el futuro de este acuerdo y la posibilidad de nuevas barreras comerciales no puede ser ignorada.

En ese sentido, a medida que se acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos, la postura de Trump y Harris a favor de los aranceles se convierte en un tema de debate central. Ambas campañas deberán justificar cómo, en un contexto inflacionario, esta política no terminará afectando gravemente a los consumidores estadounidenses y al comercio global.

Por su parte, México debe estar preparado para adaptarse a las posibles fluctuaciones comerciales y asegurar que la estabilidad económica y las cadenas de suministro no se vean comprometidas; por que si bien pueden parecer una solución inmediata a los problemas comerciales y de ingresos, su impacto a largo plazo, podría ser mucho más perjudicial que los beneficios prometidos.

 

Consultor y profesor universitario

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