Están jugando con fuego y nos están llevando con ellos. Primero fue el líder de Hamás Ismail Haniya, a quien mató el ejército israelí. Era el líder más importante del terrorismo de Hamás. A partir de ese día el terrorismo suní de Hamás odió todavía más al estado hebreo. Después fue el máximo líder de Hezbollah, Hasán Nasralá. Nasralá era también la máxima autoridad y la persona más influyente entre los chiitas de Hezbollah.
El chiismo volvió a renacer muchos enemigos que ya tenía con Israel.
La diferencia fundamental entre Hamás y Hezbollah es que los primeros siempre estuvieron descoordinados y deslavazados. Hezbollah, no. Hezbollah está formada por un cuadro de más de cien mil hombres con armas sofisticadas, la gran mayoría provenientes de Irán.
Pero a Israel todo eso le da igual. Lleva la máxima de que quiere golpear el primero. Por eso su respuesta fue contundente, eficaz y demoledora, tanto en Gaza como en el sur de El Líbano. Aunque su pretensión es llegar más allá de Beirut.
Llegados a este punto estamos ante unas consecuencias muy graves. No es ningún secreto que tanto Israel como Irán poseen armamento nuclear potencialmente muy peligroso.
Según estudios de la defensa estadounidenses, el lanzamiento de una bomba de esa naturaleza podría dejar más de siete millones de muertos en Teherán, la capital de Irak, es decir cerca del noventa por ciento de la población y millones de heridos y afectados. Llegados también a este punto nada es descartable. No se trata de ser fatalista pero sí ser claro ante una posibilidad nada remota.
Es el momento de parar esa espiral de violencia y hacerlo de manera radical. Y hay que hacerlo si no queremos que este tablero de ajedrez de Oriente Medio salte por los aires y nos lleve a todos con él.
@pelaez_alberto