Amalia Andrade retratada en la terraza del Gran Hotel de Querétaro.
Foto: Demian García. Amalia Andrade retratada en la terraza del Gran Hotel de Querétaro.  

Fue en 2015 que Amalia Andrade (Cali, Colombia, 1988) publicó su primer libro, Uno siempre cambia al amor de su vida [Por otro amor o por otra vida]. Una especie de presagio, una analogía de esas insospechadas que uno mira con gracias. Porque no cambió ella de amor, pero sí de vida, pues la publicación significó un punto de inflexión. 

Han pasado casi diez años desde entonces. Amalia ha publicado tres libros más; su biblioteca personal ya acumula cuatro títulos. Es por el último de ellos, No sé cómo mostrar dónde me duele (2023), que la autora colombiana, en algún sitio del centro de la ciudad de Querétaro, en el marco del Hay Festival, conversa con este medio.

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Amalia habla con una soltura que espanta cualquier timidez. Apenas nos sentamos en unos sillones más lindos que cómodos, platicamos sobre la vez que visitó Guadalajara para presentar este libro, su visita pasada a ese estado, y otras partes del país.

He tenido la fortuna de estar muchas veces en México. Yo creo que hay muchas personas que no lo saben  —confiesa—, pero México es mi territorio principal, donde hay más lectores de mis libros. Entonces, desde el 2016, he tenido la oportunidad de hacer múltiples presentaciones, cada una mejor que la anterior. Quiero mucho a México y estoy muy agradecida con mis lectores mexicanos.

—Quería hablar de tu primer libro. Fue un completo punto de inflexión en tu carrera como escritora…

—Sí…

—¿Cómo lo miras en retrospectiva, a casi 10 años?

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—¡Dios mío! —espeta sorprendida—. Casi 10 años, qué impresión. Estoy muy agradecida, es un libro que efectivamente me cambió la vida, me asombra mucho que siga encontrando lectores aún, casi diez años después, y que quiero mucho. Fue una sorpresa bastante grata, que me sigue sorprendiendo. Hay un dicho gringo, pero lo voy a traducir, que es: “el regalo que sigue regalando”. Eso es ese libro para mí, y nada, tendré que revisarlo ahorita que pasen 10 años porque seguramente hay cosas que me gustaría cambiarle…

—¿Es probable que haya algo especial, a propósito de los 10 años del libro?

—Estoy como la FBI —suelta con una sonrisa—: no estoy en posición de aceptar ni negar nada.

Solo entonces viene una persona de su editorial a robarle dos minutos a Amalia. El maravilloso fotógrafo Daniel Modzinski está haciendo fotografías y es el turno de ella, para aparecer con otras personas que están ahí para ser capturadas por el lente mordaz del bonaerense. No se tarda nada. O quizá el tiempo ahí no se siente.

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— Abro el libro contando esa historia —me dice, para contarme sobre la decisión de nombrar No sé cómo mostrar dónde me duele de tal forma—. En algún momento en terapia estábamos hablando del dolor y ella me hizo una pregunta que creo que nos hacemos poco. Me dijo: ‘¿Dónde te duele?’, y yo —hace una cara de sorpresa monumental— como ‘¿qué?’, y me dijo ‘sí, ¿en qué parte del cuerpo sientes este dolor emocional?’

Fue entonces cuando reflexionó la naturalidad con la que hablamos de dolores físicos, la facilidad con la que podemos decir, precisamente, dónde nos duele. No así con las emociones, con aquello que sentimos. “Me descolocó esa pregunta porque no supe qué responderle”, confiesa. Ese fue el detonante. Es tan culpable su terapeuta que le dedicó el libro entero.

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—Primero, el entendimiento de que vivimos en una sociedad que falsamente separa nuestro universos psicológico-emocional de nuestro cuerpo —continúa—. Hay una división muy grande entre mente y cuerpo que es falsa: el cuerpo siente, el cuerpo tiene memoria y hace una parte activa de nuestros procesos emocionales.

Recuerda entonces que en ese momento no sabía dónde mostrar ese dolor que sentía y, como consecuencia, investigó acerca de dos cosas: el desconocimiento de las emociones, y la relación que tienen nuestros universos emocionales con nuestro cuerpo.

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Amalia confiesa, casi al principio del libro, que era algo que ella no quería escribir. Al final lo hizo, un tanto por lo que su terapeuta puso en orden de todas esas piezas que sólo estaban dando vuelta, pero también una inquietud más personal. Entonces hace un recuento sobre qué fue eso que la llevó realmente a escribir.

—Estaba en un momento muy duro de mi vida, que para mí fue como una especie como de muerte a muchas cosas, sobre todo a muchas cosas de mi identidad. Estaba atravesando mucho dolor, y era un dolor que no tenía nombre, era muy indecible

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Al mismo tiempo, dice que “estaba muy peleada con las palabras, no quería escribir… nada”. Pero apareció una especie de tótem salvador: la fotografía: “Durante ese tiempo igual, sin ser profesional en lo absoluto, comencé a tomar muchas, muchas, muchas fotos, de manera muy compulsiva, y encontré mucho placer haciéndolo”. 

Entonces, una amiga suya, la también escritora Alejandra Algorta, una ocasión que estaban hablando de, precisamente, escritura, Amalia le dijo que “hacía mucho tiempo que no escribía”. Y ella le respondió que sí escribía, a  través de las fotografías. Estas últimas fueron el elemento que terminó de abrir la puerta para escribir –en sus diversas formas– este libro, que la también ilustradora percibe como un “foto-ensayo”.

UNA IRRUPCIÓN A LA INFORMALIDAD

En una de las páginas del libro, publicado por Editorial Planeta, al igual que el resto de su obra, Amalia dice que los escritores no la consideran los suficientemente escritora y los ilustradores tampoco la consideran lo suficientemente ilustradora. Como si estuviera atrapada entre el ego de unos y el ego de los otros.

Sin embargo, reconoce que la crítica más implacable que tiene es ella misma, pues nadie más la trata con tanta severidad. Hace una especie de recuento: escribe, dibuja, ilustra, toma fotos, actúa. Todo, sin ser la profesional que de pronto se le exige a quienes hacen todo eso. “Sufro como con ese síndrome de la impostora”, detalla. Pese a ello, dice, con una calma total, que no hay que dejar de serle fiel a una misma.

En el mismo tenor de informal, que a ratos no permite mezclas, es inevitable nombrar toda la suerte de referencias que hay en su libro. De Pedro Lemebel a Alanis Morissette pasando por Adrienne Rich hasta llegar a Shakira. Asimismo las ilustraciones, los dibujos, las fotografías.

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—Se hizo un revuelto interesante —confiesa—. En principio yo tengo una obsesión, que está muy clara de toda mi vida y está presente en absolutamente todos mis libros, y es esta falsa división entre lo que se supone que es alta cultura y baja cultura, es decir: académicos o clásicos versus cultura pop. Y yo creo, al igual que lo decía Susan Sontag, esa es una pelea que a mí me parece ridícula que siga existiendo hasta el sol de hoy. Sontag bien lo decía en su momento: The Doors pareciera no ser compatible con Nietzsche, pero estoy cien por ciento convencida de que porque escucho The Doors, puedo tener un mejor entendimiento de Nietzsche, y gracias a que leo a Nietzsche, puedo escuchar de otra manera la música de The Doors. Lo mismo siento yo. 

De manera casi natural, saltan Roland Barthes, y Juan Gabriel, a la conversación. Amalia pone sobre la mesa el discurso amoroso y la teoría semántica con respecto al amor que construyó el crítico francés, y considera que “Juan Gabriel es otro gran filósofo del amor”. Quizá valdría apelar al mismo Divo de Juárez y ensalzar su máxima: no discutamos. Aunque Amalia lo dice mejor, pues recurre a las configuraciones y las educaciones emocionales, cómo “recaen, en una amplitud muy grande, en nuestros referentes socioculturales, en los creadores de estructuras semánticas”. 

CÓMO (SÍ) HABLAR DE SALUD MENTAL

En todos sus libros, la salud mental es un tema recurrente. Andrade Arango se asume no experta. Lo sabe, y sus lectores también lo sabemos. Pero sí es algo que le permite investigar con criterio: periodista, y a partir de ello construye y reflexiona:

“Yo creo que mis libros son un trabajo periodístico: siempre nacen de una investigación. Me parece muy importante la responsabilidad que tengo al hablar de salud mental, pues, precisamente, porque no soy una profesional en el tema. Para mí era importante dejarlo claro, dar las bibliografías, explicar los porqués de esta investigación. Y me parece que es muy importante, en el escenario de la salud mental, que existan diferentes voces, enunciadas con responsabilidad desde su lugar”.

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(Es decir: así como existen los libros atiborrados de tecnicismos y teoría, existen los otros que, con ayuda de las experiencias y la primera persona, son capaces de dibujar un panorama sumamente valioso e importante.)

En tal caso, como dibujando una especie de conclusión-consejo-meditación, Amalia espetó:

“Sucede algo muy interesante con la salud mental. Estamos como muy bombardeados de información, pero no necesariamente sabemos cómo integrarla. Y yo espero generar espacios de integración ahí en el libro. Primero a través de la narración en primera persona, pues está la investigación, pero segundo, también una integración a través de ejemplos prácticos. Yo quisiera que mis libros fueran como una entrada muy asequible para personas que tengan ciertas preguntas sobre la salud mental y que les sirva para ir a buscar entonces a los expertos o a hacer cambios en su vida o a hacerse preguntas”.

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Aquel día, aunque más tarde, Amalia tuvo una conversación con Yuriria Sierra sobre su libro, misma que puede verse a continuación.