El indicador de confianza del consumidor parece más una encuesta de popularidad política que un verdadero análisis objetivo de los mexicanos respecto a la situación económica de sus hogares.
Parecerían más comparables las gráficas de popularidad presidencial que los indicadores del comportamiento del Producto Interno Bruto (PIB) o la inflación.
Por ejemplo, en aquellos años en los que, desde la oposición, el grupo que hoy gobierna le hacía la vida imposible al expresidente Enrique Peña Nieto tras la liberación de los precios de las gasolinas, la confianza del consumidor caía a niveles comparables con una economía en recesión.
El torpe manejo de la liberación de los precios de las gasolinas y el uso político que le dio el grupo del eterno candidato López Obrador tiró la popularidad presidencial, pero también la confianza de los consumidores a un nivel tan bajo que ni siquiera la pandemia del 2020 se equiparó con la caída de enero del 2017.
Subieron las gasolinas y sí subieron los precios, pero también se dio un fenómeno de “profecía autocumplida”, cuando el efecto político del que llamaron “gasolinazo” provocó una burbuja inflacionaria.
Y de paso, los consumidores mostraban su depresión y su baja confianza cuando todavía la economía crecía a niveles del 2.3%, como sucedió con el PIB en aquel 2017.
López Obrador se estrenó como presidente con el nivel máximo histórico de la confianza de los consumidores a pesar de que arrancó su sexenio con una recesión.
Es más, este expresidente tuvo dos recesiones en su gobierno y dejó la economía en caída libre, con alta inflación, y aun así nadie le hace sombra a los niveles de confianza del consumidor que registró en su periodo.
Como razones económicas están, sin duda los recursos transferidos a través de los programas asistencialistas y los aumentos en los salarios mínimos, que los pagan los empresarios, pero se le adjudican a él.
Los felices consumidores no registran como fallas gubernamentales las carencias en salud, asistencia social y educación que tanto les cuestan y no lo proyectan así en la encuesta de confianza del consumidor que elaboran de manera conjunta el Banco de México y el Inegi.
Hoy ese llamado Indicador de Confianza del Consumidor (ICC) se mantiene viento en popa, en sentido contrario a las expectativas de crecimiento del PIB este año, que han pasado del 2.5% al 1.2%.
Ahora, también es cierto que el ICC ya deja ver los primeros estragos de una economía que se desacelera. Si bien la medición general de septiembre todavía es más alta que la de hace un año, en términos mensuales ya hay una baja de -0.4 puntos.
Y cuando la pregunta se afina para conocer la opinión de la situación económica esperada de los miembros del hogar dentro de 12 meses, respecto de la actual, ahí la baja mensual es de -1.1 puntos.
Evidentemente que consumidores entusiasmados son mejores para la economía que compradores deprimidos, solo que si la motivación es externa a un análisis de las finanzas personales puede llevar más rápido a la frustración.
Por lo pronto, la confianza de los consumidores en México goza de cabal salud, en medio de un ambiente de desaceleración económica e inflación persistentemente alta.
@campossuarez