Es un hecho que, con todos sus complejos, el expresidente López Obrador no habría tolerado que le dijeran de frente que la relación entre México y Estados Unidos se basa no solo en la proximidad, sino en valores compartidos, como el valor de la democracia, la libre empresa y el Estado de derecho.
Fueron las palabras de Suzanne Clark, presidenta de la US Chamber of Commerce frente a la presidenta Claudia Sheinbaum y en una clara alusión a los temores fundados que tienen los empresarios ante los cambios impulsados por este régimen.
No hay duda de que a los representantes de las empresas estadounidenses les causó una buena impresión tanto la Presidenta como su equipo de trabajo. Sin embargo, lo que las formas hoy les muestran, el fondo no lo respalda.
Una buena síntesis de las contradicciones que notan los empresarios, de México y del mundo, se dio con esta frase de la presidenta Claudia Sheinbaum en su conferencia matutina de ayer: “Queremos la transición energética, queremos más fuentes renovables de energía, pero no necesariamente tiene que quedar establecido en la Constitución”.
Es la palabra de la primera mandataria en contra de lo que decide la bancada oficialista, o quizá habrá que decir de la bancada lopezobradorista, porque optaron por eliminar de la Constitución la obligación del Estado de promover este tipo de energías menos contaminantes.
Y es un buen ejemplo, porque si por algo ha pugnado la doctora en ingeniería ambiental es precisamente por una transición a fuentes limpias de energía, algo que ahora mismo la aplanadora legislativa de su propio movimiento político le pone trabas en las leyes.
López Obrador sí fue un impulsor del estatismo, de las empresas subsidiadas a cualquier costo, de un Pemex que siga produciendo combustóleo y de una Comisión Federal de Electricidad que genere ese insumo con carbón. Ese es el espíritu que hoy prevalece en la mayoría oficialista, no un ánimo ecologista como el que pregona Claudia Sheinbaum.
Entonces, la disyuntiva de aquellos que piensan si invertir en México es si puede ser suficiente la palabra de la Presidenta, sus garantías de certidumbre para las inversiones y certeza legal, o si bien pesa más el coletazo autoritario del expresidente.
No es poca cosa, porque la factura de los inminentes fracasos con la continuación de las políticas rencorosas y absurdas de López Obrador será adjudicada al gobierno de Claudia Sheinbaum.
La que da la cara para garantizar una realidad diferente a la que ahora mismo se plasma en la Constitución con todas las contrarreformas en materia judicial, de seguridad, energética, de autonomías, de garantías a las inversiones, es la Presidenta. Pero la estructura legal de México apunta hoy ya en otra dirección.
En este momento las nuevas formas gustan, México tiene de vuelta a una cabeza del poder ejecutivo con las calificaciones, la formación y la entereza mental de un jefe de Estado.
Pero el fondo apunta hacia un país que ha optado por echar a la basura todos los logros conseguidos, como con más deseos de espantar a los norteamericanos y asemejarse al régimen cubano.
Lo que los inversionistas temen es que hoy en México haya las formas de Sheinbaum, pero el fondo de López Obrador.
@campossuarez