Este proceso puede resultar confuso para quienes están habituados a elecciones directas, pero es el mecanismo que rige la elección presidencial en EU desde su independencia.
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El Colegio Electoral, compuesto por 538 electores, representa la suma de los 435 miembros de la Cámara de Representantes, 100 senadores y tres delegados de Washington D. C. La cantidad de electores asignados a cada estado depende de su población; por ejemplo, California, con la mayor población, aporta 55 electores, mientras que estados menos poblados tienen un mínimo de tres.
En las elecciones presidenciales, el candidato que obtiene la mayoría de votos en un estado gana todos los votos electorales de ese estado, en un sistema de “el ganador se lleva todo”, con excepción de Maine y Nebraska, que permiten una distribución proporcional. Así, al acumular al menos 270 votos electorales, un candidato se asegura la presidencia.
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De no lograrse la mayoría, el proceso pasa al Congreso, donde cada estado emite un voto hasta decidir al ganador. Este escenario poco común ocurrió dos veces: en 1801 y en 1825.
Sistema de votación cuestionable
Este sistema, sin embargo, es objeto de críticas, ya que permite que un candidato pueda ganar la presidencia sin obtener la mayoría del voto popular.
En teoría, un candidato podría perder en 39 estados y aún así triunfar en el Colegio Electoral al ganar el voto popular en los 11 estados con mayor cantidad de electores. Este aspecto genera debates, aunque el sistema es defendido como un modelo que equilibra la representación de estados grandes y pequeños.
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En resumen, el sistema electoral estadounidense plantea un proceso singular, basado en un balance de poderes que responde a la configuración demográfica y política del país. Aunque imperfecto, el Colegio Electoral refleja la estructura federal de EU, un país donde cada voto cuenta, pero se traduce en bloques de poder que determinarán al próximo presidente entre Kamala Harris y Donald Trump.