La reciente victoria electoral de Donald Trump, acompañada por una mayoría significativa en ambas cámaras del Congreso, abre un escenario sin precedentes para la relación bilateral con México y plantea desafíos complejos para nuestra agenda conjunta. Por lo que más allá de ser un evento meramente político, esta victoria presenta un marco de políticas económicas, migratorias y de seguridad que México no puede ignorar.

En el pasado, la administración de Trump se caracterizó por un enfoque transaccional en su trato con México, algo que probablemente vuelva a intensificarse en su segundo mandato. Por ello, en cuanto al T-MEC, es posible que veamos una renegociación forzada, donde México podría verse presionado para ceder en temas como reglas de origen, derechos laborales y disputas comerciales.

Esto genera un escenario en el que las concesiones a México y Canadá podrían convertirse en moneda de cambio para satisfacer la demanda de los sectores industriales estadounidenses. De modo que las amenazas de aranceles en áreas como la industria automotriz y el acero no serán descartables y, de materializarse, podrían impactar significativamente la economía mexicana.

Por otro lado, la política migratoria de Trump ha sido siempre un pilar central de su agenda y se espera que retome políticas duras, una situación que, sin duda, deberá abordarse de manera conjunta, pero es difícil esperar que Trump acepte una colaboración multilateral en esta materia. Por lo que la pregunta ahora es cómo México debe responder. ¿Buscará opciones para mitigar el impacto en su economía o adoptará una postura más confrontativa en la diplomacia migratoria?

Asimismo, la cuestión de la seguridad será otro tema de tensión. Trump ha sido explícito en su deseo de aumentar las medidas de control en la frontera. Por lo que es previsible que, con mayorías en el Congreso, impulse un enfoque que vea la inseguridad en México como una amenaza directa a la seguridad estadounidense, exigiendo respuestas contundentes por parte del gobierno mexicano.

Sin embargo, a pesar de los retos, es fundamental recordar que la relación entre México y Estados Unidos es compleja y va más allá de la economía y la seguridad. En términos de comercio, ambos países son los principales socios comerciales del otro, con millones de empleos y flujos económicos en juego.

México no sólo es el mayor destino de exportación para varios estados de EE.UU., sino que, a través de las cadenas de suministro regionales, ambos países han desarrollado una interdependencia difícil de romper. En este contexto, es necesario que nuestro país adopte una postura estratégica y coordinada, entendiendo que una relación tan dinámica y multitemática demanda una diplomacia ágil y, sobre todo, pragmática.

No cabe duda que la victoria de Trump representa un reto significativo para México y el resto del mundo. En estos próximos cuatro años, México deberá adoptar una estrategia sólida y flexible, no puede permitirse una diplomacia reactiva; es hora de ser proactivos y estratégicos en la defensa de una relación que, aunque a menudo difícil, sigue siendo crucial para ambos países.

 

Consultor y profesor universitario

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