Still de Tratado de invisibilidad
Foto: Especial. A propósito del estreno de "Tratado de invisibilidad", la cineasta Luciana Kaplan platicó con este diario sobre este documental.  

Para que lo invisible deje de serlo, aunque sea ante nuestros ojos, hay que observar con cuidado. Uno descubrirá, amargamente, que hay alguien (o algo) que provoca su invisibilidad. La cineasta Luciana Kaplan (Buenos Aires, 1971) escucha y observa tal fenómeno, desde la antropología y el periodismo, en su documental Tratado de invisibilidad, que cuenta la historia de algunas de las mujeres que limpian diversos espacios públicos de la Ciudad de México, donde podemos apreciar las fracturas de un sistema que les permite trabajar en absoluta precariedad laboral y cómo, desde diversos espacios, se les invisibiliza.

Un par de días de la función organizada para medios de comunicación y sociedad civil, la documentalista, que vive en México desde los 4 años, conversó con este diario para profundizar en los puntos clave de su más reciente largometraje documental.

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La precariedad laboral es un problema que permea muchos de los empleos en el país, que se manifiesta en muchos niveles. Dígase informalidad laboral, subcontrataciones o, más gravemente, problemas de abuso y explotación. Luciana lo tiene claro.

Los problemas laborales están en todos lados y cada vez son peores ―apunta la cineasta―. Pero me pareció, realmente, una historia muy impresionante que las personas que sostienen las ciudades son todas las trabajadoras de limpia, que se encargan de los espacios públicos, (pero) deberían ser responsabilidad del Estado, ¿no? Porque para eso pagamos impuestos. Entonces ellos, en lugar de utilizar estos recursos de manera responsable, lo que hacen es precarizar el trabajo y las que acaban sufriendo son las personas que trabajan.

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Le interesó, dice, porque es un tema del que se sabe entre poco y nada. “Porque nadie sabe lo que está pasando”, confiesa. Aunque reconoce que son hombres y mujeres quienes limpian las calles, decidió enfocarse sólo en las mujeres, “para achicar el tema, porque es muy inmenso, entonces me pareció que las mujeres son siempre las más precarizadas”. Encuentra, dada la complejidad del asunto, hasta un dejo de siniestrad:

“Creo que hay que hablar que es una responsabilidad de estado, el tener a trabajadores en buenas condiciones, o las mínimas condiciones ―pero aquí ni siquiera son las mínimas, recuerda―, entonces hay un abuso por parte del Gobierno hacia los trabajadores que me parece muy grave. Y aquí es muy claro, tan fácil como todas las personas que se ocupan en el ramo de (la) limpia en espacios públicos, están subcontratadas en un sistema perverso”.

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Aunque en la cinta ―estrenada en el Festival Internacional de Cine de Taiwán 2024, el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, el Festival Internacional de Cine de Morelia y más recientemente en DOCS MX― recoge sólo un par de testimonios sobre mujeres que pagan, de distintos modos, para poder trabajar, la también directora de La vocera (2020) considera que son “casi todas” las que pagan para poder emplearse.

―La verdad es algo muy normalizado ―comenta al respecto― que no les dan los utensilios de trabajo y les piden que los espacios estén limpios, entonces lo que tienen que hacer es comprar sus propios materiales. Ahí lo dicen varias y me lo dijeron todas, todas las personas que entrevisté, porque entrevisté muchas, y todas me decían lo mismo.

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―En ese proceso de selección, de todas las entrevistas que realizaste, ¿cómo fue elegir qué quedaba dentro y qué fuera de Tratado de invisibilidad?

―Era, también, bastante difícil que las mujeres hablaran a cámara, que se atrevieran a decir porque, obviamente hay, pues… ―señala para obviar las repercusiones― consecuencias graves para ellas. Tienen totalmente prohibido hablar, eso se los dejan muy claro. No saben bien ni para quién trabajan, pero tienen claro que no pueden hablar, y que si hablan las corren. Entonces tuve que buscar a las mujeres que sí podían hablar, que habían hecho algún arreglo con sus supervisores, que ya habían salido en algún tipo de reportaje, que de alguna manera estaban más protegidas. Eso era muy importante: que ellas se sintieran seguras. También creo que, las mujeres que encontré y están en la película, se expresan muy bien, saben cómo narrar de manera más clara lo que está sucediendo.

Resalta también la personalidad de cada una de las entrevistadas. No bastaba con sólo narrar y que lo hicieran bien, sino que de cada una destacara su personalidad, que fueran auténticas dentro de la historia. Que transmitieran lo propio, desde su propio espacio. Además, proponer la diversidad, que fueran de distintas edades, que representaran diversos espacios. “No es nada más el que limpia, todos son diferentes, tienen una cara, una personalidad, tienen historias, sentido del humor, es como es la vida, ¿no?”, espeta.

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Aunque es cierto que es importante que las películas se vean, y es deseo, por supuesto, de quienes las hacen, como es el caso de Luciana con Tratado de invisibilidad. También hay algo que viene después: la conversación, el impacto, las consecuencias de todo aquello que se muestra. Es importante que se vea, dice, es por eso que se hacen las películas. Son, de alguna manera, “dos vertientes: una más cinematográfica, del público en general. Y una, de campaña de impacto”.

Poster de Tratado de invisbilidad
Foto: Artegios.

En el mismo plano, es decir: el del quehacer cinematográfico, está el papel que tiene Kaplan dentro del documental. Entre la dirección, el diálogo, y la idea o el objetivo claro de no querer ser una protagonista más.

―Siempre hubo esta idea de que yo, a lo mejor, tuviera una narración más personal, más presente sobre de mi punto de vista y lo que veía, pero, ―comenta―, me di cuenta que iba a hacer ruido porque la película no es sobre mí y lo que yo pienso, sino lo que está pasando. Entonces, mi voz sirve pero como una estructura, como un esqueleto, yo estoy tratando de averiguar qué pasa aquí, y mi voz sólo va uniendo a estas personas, pero en realidad las protagonistas son ellas y yo tengo el protagonismo mínimo, sólo para entrar en contacto con ellas e hilarlo y generar las preguntas y por lo tanto es que es una búsqueda.

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Una de las protagonistas, que más tarde rompería la barrera de la cuarta pared, es Claudia: en la función de prensa, asistió a la sesión de preguntas y respuestas que sucedió apenas luego de la proyección. Pese a que en la cinta, en determinado momento, su rostro y corporalidad fueron replicados por actrices, después decidió asumir, digamos, el costo de mostrar su persona, su nombre y sus denuncias.

Sobre ella, la cineasta nacida en Buenos Aires, quien radica en México desde que era una niña, comenta:

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“Sí me preocupaba mucho porque sí veía que su situación estaba mucho más peligrosa que la de las demás, porque estaba mucho más amenazada, porque en el Metro es muy complejo. Pero… hace como un mes, le llamé para ver cómo estaba, y me contó que las cosas estaban terribles, que la habían amenazado de golpearla. Que todo estaba fatal. Le dije: “Estamos haciendo todo esto, vamos a ir al Senado. ¿Quieres ir?”, y me dijo: “La verdad, sí, porque estoy harta, es terrible, ya no importa si me corren, yo consigo otro trabajo, pero esto ya es un escándalo”. Entonces yo creo que llegó a un punto de decir: “la situación aquí está tan terrible que, si no cambia, yo no voy a poder seguir en esto, y si estoy va a ayudar en algo para que cambie, voy a aparecer, porque de todas maneras ya me están tratando fatal”.

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Durante la actividad de preguntas y respuestas que mencionaba líneas antes, Claudia, trabajadora de la limpieza del Metro, expuso su testimonio sin reservarse nada. En pocas palabras, ya no tiene miedo. Ocupaba decirlo. La urgencia de justicia y mejora para las mujeres trabajadoras es tal que no importan las consecuencias. Se pueden ver a continuación.

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La película ya puede verse en cines comerciales e independientes de la Ciudad de México y algunos de los estados del resto del país.

Foto: Artegios.

Aquí puede verse el tráiler.