Los que me conocen saben que me siento profundamente español. Pero también mexicano. Este bendito país me ha dado todo, una familia maravillosa y la posibilidad de desarrollarme profesionalmente.
De niño veníamos en verano con mis padres. Era común visitar la Ciudad de México y después escudriñar algún lugar de playa. Viajábamos por el litoral mexicano y me enamoré de lugares que fueron especiales para mí.
En Ixtapa viví mi luna de miel y los veranos con Mónica y nuestros hijos. Fui muy feliz con mi familia cenando en Bogart’s y pisando la arena de esa playa. Pero antes, mucho antes, había conocido Acapulco, ese puerto embestido de belleza y sensualidad. A mediados de los ochenta lo descubrí y en los noventa me enamoré de Acapulco.
Los domingos íbamos a la misa de las Brisas. Cada día había algo nuevo que hacer, algo por descubrir, ese paisaje onírico que sólo existe en los sueños hasta que se conoce Acapulco. Los clavadistas se rompían el pecho entre las olas, los periodistas lo grabábamos y todos teníamos la unión del amor por esa ciudad, por Guerrero, el estado.
El tiempo ha pasado y muchas cosas han cambiado. Las autoridades se afanan en cambiar la idea de Acapulco. Evelyn Salgado, es lo que está haciendo. Es difícil pero nadie escribió que en la vida las cosas fueran fáciles.
@pelaez_alberto