Cuando los ministros de Exteriores de la OTAN concluyeron su cumbre en Bruselas este miércoles 4 de diciembre, algo quedó claro: la alianza enfrenta una carrera contra el tiempo para alinear sus hechos con sus dichos. El destino de Ucrania –y quizá la credibilidad de la OTAN– depende cada vez más de la ruta que decida tomar el bloque en esta materia, mientras una Rusia persistente, una China más asertiva y la sombra de un Trump aislacionista reconfiguran el orden global.
Mark Rutte, secretario general de la OTAN, fue directo: “Debemos brindar suficiente apoyo para cambiar la trayectoria de este conflicto de una vez por todas”. Los compromisos anunciados el día 4 incluyen más ayuda militar, defensa de infraestructura crítica ante el crudo invierno, y mayor intercambio de inteligencia para contrarrestar sabotajes de Rusia y China. Pero la alianza sigue dividida sobre el tema central: la membresía de Ucrania en la OTAN.
Kiev está frustrada. Para el ministro de Exteriores de Ucrania, Andrii Sybiha, la membresía en la OTAN es la única garantía real de seguridad. El fantasma del Memorándum de Budapest de 1994, que cambió su arsenal nuclear por promesas vacías de seguridad por parte de Occidente, sigue presente.
La paradoja de la OTAN persiste: asegura que la membresía de Ucrania es “irreversible”, pero avanza con cautela. La propuesta de Zelenski de un alto al fuego que coloque los territorios no ocupados bajo el “paraguas” de la OTAN busca romper el estancamiento. Sin embargo, aunque pragmática, es improbable que prospere. La OTAN parece incapaz de dar ese salto, argumentando que los riesgos son demasiado grandes. Además, el Tratado que rige el bloque impide darle membresía a un país en guerra.
En este escenario, aparece Donald Trump. Prometiendo “terminar la guerra en 24 horas”, su equipo, liderado por el exgeneral Keith Kellogg, sugiere congelar las líneas de batalla y archivar las aspiraciones de Ucrania a la OTAN. Kiev, temiendo la reducción del apoyo estadounidense o presiones para aceptar un mal acuerdo de paz, se prepara para lo peor. Zelenski ha mostrado disposición a negociar con Trump, pero sólo desde una posición de fuerza que permita mantener la soberanía de la mayor parte posible de Ucrania.
Esa posición está en peligro. Rusia avanza y ataca la infraestructura energética, mientras refuerza vínculos con Corea del Norte e Irán, algo que, según Rutte, podría desestabilizar regiones enteras, desde Oriente Medio hasta la Península de Corea, y potencialmente, el resto de Asia-Pacífico.
No se trata sólo de Ucrania. Como advirtió Rutte, lo que está en juego es global. Un mal acuerdo de paz sería una victoria para Vladímir Putin y un triunfo simbólico para Xi Jinping, Kim Jong Un, el líder norcoreano, e Irán. Sería una señal de que la agresión funciona, que las alianzas occidentales son frágiles, y que la determinación de Occidente puede ser superada con tan sólo esperar el tiempo suficiente.