No por el tono muscular, la cabellera o la ausencia de dolor en las articulaciones, ojalá, pero últimamente uno se siente como de regreso a los primeros años 80.
Hace unos días, el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, anunció lo que parecía extinto hace mucho: un operativo contra la fayuca. Si eso fuera poco, el martes se dejaron ir la Guardia Nacional y el Ejército, nada menos, sobre un destacamento de pachecos –no sé si todavía se les llama así; nuevamente, es la edad, perdonen– que, según me entero, se reúnen cotidianamente a eso, a fumar mariguana, a la entrada del Metro Hidalgo, es decir –información turística por si alguno me lee desde un lugar distinto a la Ciudad de México– en ese lugar donde el centro empieza a convertirse en lo que los chilangos llamamos “el norte”, pero todavía muy en el centro. Cerca de Bellas Artes o –tiene su ironía– del Museo Memoria y Tolerancia, para que nos entendamos.
Congregarse a fumar mota –tampoco sé si llamarla así, me delata como un anciano– me parece, si me permiten, una versión del infierno. ¿Decenas de desconocidos arrejuntados, echando humo con papeles raros, bicicletas y pipas con motivos prehispánicos? No, gracias. Sin embargo, esas personas tienen dos características que deberían hacerlas inarrestables desde cualquier parámetro civilizatorio. La primera: en general, no hacen daño a nadie. Cerca de mi casa, una zona un tanto más fifí que el Metro Hidalgo y también muy concurrida, hay otro emplazamiento de fans del THC con el que me encuentro un par de veces por semana, cuando paso por ahí, a pie, rumbo a donde sea.
Bueno: son bastante menos peligrosos que los morenistas en elecciones, los aficionados al futbol o los hijos de senadores priistas. La segunda razón es que reivindican lo que ya no deberíamos ni discutir: la necesidad de despenalizar el cannabis. En serio, es de un moralismo inverosímil que sigamos satanizando una sustancia que no está ni cerca de ser un problema de salud pública o cosa parecida.
Lo que pasa es que vivimos en un régimen moralino. A pesar del “prohibido prohibir” del licenciado López Obrador, tenemos un país en que la prohibición de los vapeadores y cigarrillos electrónicos llegó ¡a la Constitución!, o donde se prohíbe vender alimentos chatarra en las escuelas, sin mencionar el tic perdurable de la ley seca.
En serio, porfa, pongan orden en Sinaloa, vigilen a los presidentes municipales o gobernadores cercanos al narco, y dejen que la gente de bien engorde o se intoxique como le venga en gana.
@juliopatan09