El escritor Federico Guzmán Rubio hace un apunte, a propósito de las crónicas de Pedro Lemebel, que empata a la perfección con la literatura de Ariel Florencia Richards (Santiago de Chile, 1981): que puede leerse como una política del cuerpo. Una especie de statement literario a partir de la experiencia propia.
Sobre todo con su nouvelle publicada en 2017 y con el poemario que escribió años atrás, pero más aún con Inacabada (Alfaguara, 2023), la primera novela que publica con este nombre después de su tránsito, según apunta ella misma, en entrevista con este medio.
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Dentro de esta novela, la madre de la protagonista: M., a diferencia de la propia autora, acepta la muerte de ese otro nombre, el que las personas que hacen su transición llaman deadname.
“La madre experimenta el tránsito de la hija como una muerte, como un duelo”, externa; es decir, lo que hay que dejar atrás. Todo lo contrario al nacimiento que está viviendo Juana, hija de M., la otra protagonista de la novela.
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TRÁNSITO, NO TRANSICIÓN
“La hija (Juana, Ariel) está comenzando su proceso de tránsito, va empezar a tomar hormonas. Sabe que ella es mujer, pero necesita, de alguna manera, la visa de la madre para empezar este proceso y eso es inexplicable, en el fondo.
“La hija tiene la certeza interna de que ella es mujer, tiene la certeza de que va empezar su tratamiento hormonal; sin embargo, no hay una cosa que dependa de su verdad interior, sino más bien de la validación externa, que es la mirada de la madre”, confiesa Florencia Richards al respecto de los motivos de la identidad de la protagonista de su novela, y claro los suyos para “tomar” distancia.
El lenguaje, como ente democrático que es, “da la posibilidad de cambiar”. Ariel, o Juana, no escriben ni dicen: “soy una mujer trans”, sino “soy una mujer”. Una especie de paradoja, sin arbitrariedad, entre quien escribe y protagoniza.
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Como ejercicio de autoficción, su novela, dice Ariel, “está basada en la dificultad de comunicarle a mi madre lo que le tenía que comunicar y, en ese sentido, desde mi experiencia, si yo era honesta con lo que yo creo, no era como: ‘soy una (mujer) transgénero o soy transgénero’. Yo me he sentido mujer toda mi vida”, afirma.
La también investigadora de arte está consciente, de que hablar sobre su experiencia de tránsito, aquello que llama el resto transición, tiene su grado de “espectáculo, atrae mucho la atención”.
Atrapa por las formas equivocadas, que “venden fácil”. Sin embargo, siente que tiene una responsabilidad social, porque hay necesidad de enfrentar, en cierto modo, el silencio de las épocas en las que creció, como lo fue la dictadura en los años 80 en Chile. Por ello, comenta, “me gusta, contra mi voluntad, hablar de mi vida privada”.
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COORDENADAS LITERARIAS
Respecto al narrador de la novela, descrito por ella como omnisciente, Ariel apunta que llegó “casi al final, como ‘una forma de entrar a un museo’”, ser un espectador sin voz, acaso a nivel contemplativo, “como si fuera espectador de un museo”.
Finalmente, según los acuerdos de los lectores, hay tres coordenadas en Inacabada: lo inconcluso, la continuidad y el silencio. Respecto a esta última, concluye que, “el silencio tiene el peligro de que nos aísla (…), pero en la novela se trata mucho de romperlo”.