La tradición de la política exterior mexicana se basa en tender puentes, no en construir muros. Esta convicción, que nos ha llevado a ser una nación que privilegia el diálogo y la cooperación, se vio reafirmada durante el reciente encuentro que sostuvieron la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y el presidente de Colombia, Gustavo Petro.
Este diálogo, que tuvo lugar en Palacio Nacional, refuerza los lazos entre dos países hermanos y envía un mensaje claro a toda la región: la unidad de los gobiernos progresistas es fundamental para enfrentar los retos comunes.
Durante su reunión, la mandataria y el mandatario abordaron temas clave, que reflejan las prioridades de una agenda progresista. Hablaron de la migración como un fenómeno que debe atenderse desde sus causas estructurales y promoviendo políticas humanitarias.
Asimismo, discutieron la posibilidad de expandir espacios de cooperación como el T-MEC, para incluir a más países de América Latina y así fortalecer la integración regional. Además, se comprometieron a mejorar las relaciones bilaterales, priorizando la atención justa y respetuosa hacia las y los ciudadanos colombianos que visitan México.
Frente a un escenario global marcado por tensiones, desigualdades y el resurgimiento de políticas conservadoras que apuestan por la exclusión, la unión de esfuerzos entre líderes progresistas representa una alternativa no sólo viable, sino necesaria. Es un llamado a retomar los principios de justicia social, igualdad y solidaridad, pilares fundamentales para un desarrollo más humano.
En ese contexto, la colaboración entre México y Colombia es un ejemplo de cómo los Gobiernos pueden construir soluciones compartidas. El énfasis en fortalecer la integración regional apunta hacia la creación de un bloque más sólido y competitivo, capaz de hacer frente a los desafíos económicos y políticos.
Más allá de los acuerdos alcanzados, este encuentro deja en claro la urgente necesidad de unir esfuerzos. Las políticas neoliberales y de extrema derecha han dejado tras de sí un legado de pobreza, desigualdad y exclusión. Frente a ese panorama, la articulación de una agenda progresista regional se yergue como una posibilidad, pero también como una necesidad histórica.
Esta reunión diplomática nos recuerda, además, que la esperanza no se pierde, sino que se construye con voluntad política y visión de futuro. Otro camino es posible, uno donde la cooperación reemplace a la competencia desmedida; donde la dignidad de las personas esté por encima de intereses particulares, y donde la paz y el bienestar común sean el eje central de cada acción.
Latinoamérica no necesita más divisiones ni discursos que alimenten el odio. Lo que requiere es unidad, entendimiento y proyectos que materialicen el sueño de una región más justa y equitativa. Ese es el mensaje de los progresistas, y nos corresponde seguir trabajando para hacerlo realidad.
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