Los mineros cooperativistas en Bolivia se parecen un poco a los maestros de Oaxaca en México: por mucho tiempo fueron aliados del gobierno, pero cuando ambas partes ya no se necesitaron y, por el contrario, se convirtieron en lastre para poder mantener su poder se vieron obligados a romper sus lazos.
Este grupo fue pieza clave para organizar al Movimiento Cocalero en el Trópico de Cochabamba que fue la base política que sirvió de plataforma a Evo Morales a fin de llegar al poder hace una década.
Pero la crisis actual en el sector ha empujado cada vez más a los mineros bolivianos a invadir las explotaciones ajenas, propiedad de las empresas privadas y aprovechando que se han convertido en grupos bien organizados han desafiado al gobierno de Morales, que ya no halla qué hacer para frenarlos.
Los mineros mostraron el músculo y fueron un factor fundamental para la caída del ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, con sus movilizaciones en La Paz que estrangularon a esa urbe y, como ahora hace Andrés Manuel López Obrador con los disidentes del magisterio, fueron aprovechados por Evo Morales para montarse sobre ellos y subirse a la Presidencia, tras la renuncia de Carlos Mesa en junio de 2005.
El objetivo de Morales había sido logrado. Y ya en el poder, nombró al cooperativista minero Walter Villarroel como primer ministro de Minería.
Sin embargo, la “luna de miel” duró sólo unos pocos meses y terminó con un choque violento protagonizado por el sector en 2006 que arrojó 16 muertos y 61 heridos en el Cerro Posokoni en demanda de cumplimiento de un acuerdo con el mandatario.
Este año, los mineros volvieron a tomar las calles por el deterioro de la situación en el país, pero la ruptura sobrevino el 26 de agosto pasado, cuando el viceministro del Interior, Rodolfo Illanes, fue asesinado por los mineros tras ser torturado durante al menos siete horas.
El funcionario se había desplazado a la localidad de Panduro, a 186 kilómetros de La Paz, para tratar de dialogar con ellos, cuando protestaban por una nueva ley que consideran perjudicial porque alienta la formación de sindicatos en esas organizaciones que funcionan con decenas de miles de subcontratados.
El mandatario boliviano dijo que Illanes había ido a “convencer y dialogar”, pero los mineros lo “secuestran, torturan y lo matan”, lo cual consideró “imperdonable”.
Illanes fue tomado de rehén y luego trasladado al cerro conocido como La Antena, donde fue “vejado, torturado y golpeado hasta la muerte”. En esos enfrentamientos también tres mineros fueron asesinados a balazos.
El gobierno no quiere saber más de los cooperativistas y éstos están dispuestos a ir hasta las últimas consecuencias para recuperar sus viejas canonjías.
Los cooperativistas, que como los maestros disidentes en México, son un poder corporativo tan o más fuerte que las cúpulas empresariales e incluso que algunos partidos; anunciaron paro indefinido en todo el territorio boliviano si el gobierno no atendía el Pliego Petitorio –la analogía con la CNTE no puede ser mayor, excepto porque en México sólo abarca cuatro estados del Sur–.
El problema es que para Morales los cooperativistas representan una factura muy costosa, unos aliados muy incómodos, porque siendo empresarios mineros se niegan a pagar impuestos, las regalías que entregan son de 2.5%, contra 8.5 de las empresas privadas, contaminan el suelo y las aguas sin tomar medidas para evitarlo y le tuercen el brazo al gobierno para obtener más prerrogativas.
Morales ya no quiere ceder más poder, pero sus aliados lo tienen acorralado y el mandatario lo único que hace es acusar de “conspiración” urdida por “el imperialismo” a las movilizaciones mineras.
Por ahora rige en Bolivia lo que en los medios se suele etiquetar con el oxímoron de “tensa calma”, pero en realidad es sólo una pausa antes de una guerra que podría hacer que los mismos que lo llevaron a la silla presidencial terminen por defenestrarlo y generar un nuevo período de incertidumbre y caos en un país de pasado inestable como Bolivia.