Llega el quinto año de gobierno y, con éste, los tiempos de la sucesión. Para el Presidente de la República, toca la campanada para acomodar sus principales fichas (en el gabinete) y enfilar a quienes habrán de disputar la candidatura presidencial. La del PRI en este caso.

 

Es éste, el quinto, el año en que –como han constatado cuantos mandatarios han llegado a Los Pinos y, sobre todo, los suspirantes que se han quedado en el camino– se declara “una guerra de baja intensidad” entre los precandidatos y sus equipos de apoyo.

 

(Aunque por cómo han pintado las últimas ocho semanas, esa “guerra” entre precandidatos no sólo se adelantó, sino que su intensidad sube que sube).

 

Sea como sea, sirva el momento para narrarles una historia de la sucesión presidencial que le tocó vivir a Augusto Gómez Villanueva, secretario de la reforma agraria –y consentido del presidente Luis Echeverría– hace 41 años.

 

La anécdota –descrita por el propio Gómez Villanueva en su libro El campo que yo conocí– inicia la mañana del 20 de septiembre de 1975, cuando recibe, temprano, una llamada del general (Jesús) Castañeda, jefe del Estado Mayor Presidencial, anunciándole que el Presidente lo esperaba a las diez de la mañana.

 

En el camino –refiere el señero político aguascalentense– le comenté a Pacho mi chofer, que era un tanto extraño el tono de voz del general, que ésta no era con la cortesía y la sonoridad acostumbrada. Ahora había ahorrado palabras.

 

¿Será que ya está decidida la sucesión?, pensé.

 

Cuando llegué a Los Pinos, el general Castañeda me estaba esperando ya en la puerta del despacho del Presidente. El capitán Nuño me introdujo. Vi sentados en la antesala a Enrique Olivares Santana, en ese entonces líder del Senado, y a Carlos Sansores Pérez, presidente de la Cámara de Diputados. Ambos me miraron sorprendidos y me hicieron señas con los ojos y levantando las cejas para saber si era yo el bueno.

 

El Presidente me esperaba con rostro impaciente y contraído. Cuando me vio, me saludó cordialmente, pero su rostro anunciaba que se trataba de algo muy importante. Enseguida me puso el brazo en el hombro –resoplaba y noté que tenía contraídas las fosas nasales y empezó a conversar.

 

“Licenciado, el país pasa por grandes problemas económicos, necesitamos que el candidato a la Presidencia esté muy familiarizado con la economía, que tenga una muy buena relación con los círculos financieros mundiales y nacionales…”.

 

No pude contener la respiración, inhalé fuerte y escuché atento.

 

“El licenciado López Portillo será nuestro candidato. Él fue su maestro en Ciencias Políticas y le tiene a usted un gran afecto. Yo le pido que lo ayude en su campaña, que acepte ser el secretario general del partido”.

 

El Presidente agregó: “Porfirio (Muñoz Ledo) será el presidente del partido”.

 

(…) Entonces aprendí que un político debe “saber vivir y volver a vivir muchas veces”. Colocar en medio de la sala el cadáver de uno mismo y en las siguientes horas de inmovilidad y frío, ver quiénes se acercan a depositarle una flor, un poco de su afecto”.

 

Gemas: obsequio de Luis Echeverría para Augusto Gómez Villanueva: “Usted no fue el candidato del PRI a la Presidencia de la República porque ¡nos hubieran dado un allendazo!”.

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