El 5 de mayo de 1862 se ganó una batalla, la única en contra de un ejército extranjero, pero no la guerra. Ese día, un improvisado grupo de soldados al mando de Ignacio Zaragoza venció al ejército francés en Puebla, evitando así, al menos ese año, la invasión del territorio nacional.
El ejército francés venía precedido de enorme fama guerrera. A finales de 1861 habían desembarcado en territorio mexicano tropas francesas, españolas y británicas, con la intención de cobrar a México deudas que fueron aclaradas por el gobierno, tras lo cual los últimos se retiraron, no así los franceses.
En abril de 1862 iniciaron su avance hacia el interior del país, en lo que pensaban sería un rápido y festivo paseo militar. El general mexicano decidió concentrar el grueso de sus fuerzas en los fuertes de Loreto y Guadalupe, que coronan un pequeño cerro inmediato a la ciudad de Puebla.
El 5 de mayo, confiados en su fuerza y su fama los franceses atacaron frontalmente Loreto y Guadalupe. Tres veces asaltaron los franceses las posiciones mexicanas, y tres veces fueron rechazados con grandes pérdidas por las infanterías mexicanas de los generales Miguel Negrete, Felipe Berriozábal y Francisco Lamadrid. Luego del tercer asalto, las fuerzas del entonces general Porfirio Díaz y las caballerías del coronel Antonio Álvarez rechazaron a los franceses hasta la hacienda de San José, obligándolos a aceptar su derrota y retirarse rumbo a Orizaba.
En el parte que el general Zaragoza rindió esa misma noche al Supremo Gobierno se asentó: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria. Puedo afirmar con orgullo, que ni un solo momento volvió la espalda al enemigo el ejército mexicano, durante la larga lucha que sostuvo”.
Tras la derrota del 5 de mayo, los franceses debieron traer un ejército seis o siete veces mayor que después de más de un año logró, finalmente, tomar la ciudad de Puebla.
El triunfo fue resultado de la organización del ejército mexicano y del trabajo del entonces presidente Benito Juárez, quien creyó que podían detener la invasión y mantener la soberanía del país. “(La batalla) es fundamental en nuestra historia, tanto que la celebran más en Estados Unidos que nosotros (…) es la única batalla que los mexicanos le hemos ganado a los extranjeros”, dijo en entrevista José Manuel Villalpando, director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INERHM).
Para el historiador, la razón por la cual la celebración tiene una fuerte presencia en Estados Unidos se explica “porque allá hay una costumbre distinta, culturalmente hablando: aquí celebramos las derrotas y allá la mentalidad de todo un país es celebrar las victorias.
“Todos los mexicanos que llegan a vivir y todos los que tienen 100 años viviendo allá y tienen la cultura norteamericana de festejar triunfos, pues el único triunfo que tiene México contra el extranjero es éste y se convierte en un símbolo de orgullo y emoción poder hablar de él”, afirmó.
En México, la batalla de Puebla, un motivo de orgullo nacional, es recordada sólo después del aniversario de la Independencia, la Revolución Mexicana y el 13 de septiembre, por la defensa del Castillo de Chapultepec con los Niños Héroes como protagonistas.
“Lo que pasa aquí es que tenemos muchos festejos. En la ley de símbolos patrios vienen todas las fechas celebrables y ésta es una de ellas. Hay que tomar en cuenta que las fechas también se desgastaron a lo largo del tiempo y mucha gente está harta de que les recalquen cada año lo mismo, con un discurso retórico oficial que siempre dijo lo mismo.
“Además, las fiestas y las costumbres pasan conforme a los años. Hay fechas que son sumamente importantes, pero hay otros acontecimientos históricos que sólo se recuerdan localmente y brevemente”, apuntó VIllalpando.
Y el triunfo ocurrido hace 150 años es uno de ellos, pues con el paso del tiempo la conmemoración quedó reducida a un festejo local. “Los que vivieron y participaron en la batalla, se encargaron de hacerla muy importante. Cuando se vence a los franceses, primero fue Juárez (el que la conmemoró), después, Porfirio Díaz, que también participó en la batalla, claro que se encargó que se le recordara con pompa y circunstancia porque fue un actor ese día.
“Después llega la revolución y a una fiesta que tiene colorcito porfiriano pues no le hacen mucho caso, ya que era una fiesta que celebraba el dictador y bajó la popularidad. En cambio se retomó en Estados Unidos”.
Para el historiador, esta pelea es importante; patrióticamente sirvió para demostrar que el ejército mexicano podía enfrentar a los extranjeros, derrotarlos, y además tenía la razón de su parte porque estaba siendo invadido
“Esta batalla demostró que, a pesar de que el presidente Juárez tenía todo en contra, incluyendo a sus aliados que pedían su renuncia y un general que renunció a las fuerzas armadas porque creía que no podrían vencer a los extranjeros, él supo conseguir dinero y colocar al hombre correcto –Ignacio Zaragoza- al frente del ejército hasta obtener una victoria en el primer enfrentamiento”.
La pregunta es: Si ganaron la primera batalla ¿por qué perdieron las demás?
“La explicación es muy sencilla: ganamos una batalla, porque los franceses venían llenos de soberbia y venían muy confiados, y ganamos porque el presidente Juárez junto el dinero como pudo y se los dio para que combatieran, con trabajos pero se pudo. Y además estuvo la actividad de Zaragoza que ese día lo hizo espléndidamente.
“Pero la segunda vez los franceses van a ser 30 mil en lugar de seis mil que fueron la primera vez, y allí ya no se podía. Allí hubo falta de recursos, de organización y además la desunión de todos los mexicanos, que estaban del lado de los franceses y se quejaban de todo, nunca hay un mexicano conforme.
“Zaragoza se quejó después de la batalla que sería bueno quemar Puebla porque estaba de luto, porque perdieron los franceses. Puebla es un lugar muy singular: en 1847 fue el único lugar donde no hubo resistencia para que entraran los norteamericanos y hasta les aplaudieron.
“Entonces, cuando Zaragoza se muere –en septiembre de ese mismo año, 1862-, el presidente Juárez le pone Puebla de Zaragoza en honor y también como desquite por el desaire”, narró Villalpando.
Zaragoza, dijo, murió en el momento oportuno, como el héroe que logró detener y vencer a los franceses. “A los pocos días de la batalla se enfermó y murió de tifoidea, pero si espera al año siguiente, seguramente hubiera sido derrotado”.
Sobre este personaje, más allá de la imagen que se tiene de él como el soldado que nos llevó a la victoria, está la tragedia que fue su vida antes de la gran batalla. Cuatro meses antes perdió a su esposa, tenía una hija y tuvo que dedicarse a la guerra porque así se lo ordenó el entonces presidente. Estas historias ”no se cuentan porque nos encantan las estatuas de bronce sin sentimientos. Y este pobre –Zaragoza- estaba agobiado”.
A decir de Villalpando, un factor que no ha ayudado a despertar el interés por estos hechos históricos es que siempre se cuentan de la misma manera y se vuelven planos. Sin embargo hay anécdotas como la vida de Zaragoza que merecen ser contadas y que dan una dimensión distinta de lo que estaba viviendo en el contexto de la lucha contra los invasores.
Entonces ¿festejar 150 años hará que la gente recuerde este hecho?
“No lo sé. A lo que le da vida es a la Puebla de hoy. Yo aprendí en el bicentenario que las cosas se festejan no por el pasado, sino por el presente. Lo que hay que festejar hoy es que ganamos una batalla y la lección importante para mí es la decisión histórica de cómo el presidente y su general pudieron contra todo.
“Nos deja una lección de que sí se puede, pero cuesta y no es improvisado”, finalizó.