Más que un atrevimiento, sustituir a un crack se ha convertido en una especie de afrenta, momento clímax del reality show que constituye el futbol actual: decenas de cámaras pendientes de si hay saludo, de la naturaleza de los gestos, de la interpretación de los labios, de las lecturas más esotéricas de la mente y el lenguaje corporal.
En el partido del sábado aconteció con Cristiano Ronaldo, pero lo mismo ha sucedido en tiempos recientes con Lionel Messi, Neymar, Zlatan Ibrahimovic y demás jugadores del primer escalafón mundial, todos insaciables de minutos y renuentes al descanso.
Zinedine Zidane entiende mejor del tema que el común de los directores técnicos actuales, por haber sido él mismo un futbolista de dimensiones similares a los elementos arriba enlistados. Como sea –y seguramente a sabiendas del lío que se desataría– el sábado se atrevió a tocar a quien, en teoría, es intocable.
No resulta novedoso ni parte del futbol de los millones o de las redes sociales, que salir de la cancha desagrade al jugador: sea aguerrido o virtuoso, sea profesional o amateur, sea aspirante o consagrado, desde que se patea el primer balón hay competitividad, y parte de ello es aferrarse al césped.
¿Administrar esfuerzos, cuidar piernas, modificar para perseguir determinada variante? Absurdamente no se concede, ni en temporadas de más de 60 partidos, ni bajo intensidades de juego insospechadas hace poco tiempo, ni acarreando colecciones de patadas y riesgos de lesiones ni cargando más de 10 años de carrera a cuestas.
Eso pone en severos aprietos a sus directores técnicos; ya por el cansancio crónico que pronto se traducirá en lesiones (basta con ver el frágil estado en que han llegado Cristiano y Messi a los certámenes de Selecciones en verano…, o el propio Zidane al Mundial 2002), ya por limitarles las posibilidades para mejorar a un equipo a mitad de partido, de ensayar variantes, de intentar un impacto (en este preciso caso, el casi siempre resolutivo Cristiano tenía que dejar su sitio: estaba lejos de ofrecer un buen cotejo en Las Palmas).
¿Qué debe efectuar el DT? Lo que crea mejor para el colectivo, y punto. No imagino similar debate con Sir Alex Ferguson en la banca, un personaje que marcaba animalmente su territorio y gustaba de mostrar su poder ante sus dirigidos.
Cristiano y Messi, con la polarización que suponen, suelen reavivar un debate que me parece inútil: como si sacarlos significara negar sus tamaños históricos o borrar sus historiales.
Si se enojan al salir, ya se contentarán después; si chocan con su entrenador, ya comprenderán (por su bien) los argumentos; si querían quedarse adentro, habrán de enterarse de que eso es lo único que comparten con el resto de sus colegas.
Pedir jugar todo contradice la naturaleza actual de este juego, como lo haría renunciar a dirigir en aras de cierta paz.
Cuestión de equilibrios: justo lo que tiende a desaparecer en un deporte en el que el colectivo está cada vez más supeditado a la vanidad.
Twitter/albertolati