PARIS. “Si la verdad duele, la culpa es de la verdad”; palabras de Nicolas Sarkozy dirigidas a los medios de comunicación que lo acompañaban el 4 de mayo de 2004. Ocho años después, y dos días más, el aún presidente de Francia llega agitado junto a una sociedad fracturada y dolida, por haber sido azuzada con su verdad, a la final de una historia que se proyectará durante los próximos cinco años.

 

En ocasiones no es fácil esclarecer objetivos porque casi siempre las intenciones son las fuerzas que se encargan de jalar las decisiones. El objetivo de Nicolas Sarkozy, candidato, fue arrebatarle a la candidata ultraderechista, Marine Le Pen, sus votos. La intención del candidato se convirtió en una obsesión. Sarkozy olvidó su investidura y nunca colocó, fríamente, frente a él, el objetivo de ganar las elecciones en segunda vuelta sin perder el centro (ideológico). Lo perdió.

 

Aunque no lo parezca, no es la misma la figura de presidente-candidato a la de candidato-presidente.

 

Sciences-Po es uno de los arquetipos de la ciencia política. Al charlar con Olivier Duhamel se refuerza la idea de que Nicolas Sarkozy, aún con posibilidades de ganar la noche de hoy, dejó en el camino una buena cantidad de votos por haber agitado a la sociedad. “La elección se convirtió en un referéndum”. Los que odian a Sarkozy votarán por Hollande y los que odian a Hollande lo harán por Sarkozy. Parece una ley de la física-política. Lo es.

 

Sin el ánimo de buscar una conclusión redundante, las respuestas de Duhamel son racionales. Y los son porque embonan a la perfección con lo que sucede más allá de Sciences-Po.

 

Lo anterior lo vinculo con las reacciones de un taxista argelino que me trasladó del aeropuerto a París. Furibundo y al mismo tiempo desencajado, sus expresiones rebasaban al radio de acción del aún presidente Sarkozy. “El mundo anda mal”. Y es que el mundo, como el infinito, en lo personal, es híper personal. “En las elecciones pasadas le voté (a Sarkozy) pero ahora lo haré por Hollande”.

 

En la física-política lo conveniente es analizar las estrategias de comunicación, en este caso de Hollande, para esclarecer los errores de Sarkozy. Desde el pasado miércoles, día en que tuvo lugar el debate, François Hollande no se ha cansado de repetir que será un presidente normal. De haberlo dicho hace dos meses hubiera provocado, entre los electores, más de una decepción. Los lugares comunes son para los peatones comunes. Sin embargo, Hollande reiteró su convicción de que será un presidente normal para distanciarse de la atmósfera sarkoniana llena de conflictos y excitaciones innecesarias.

 

Así es Sarkozy. Olivier Duhamel lo describe como un personaje que ha híper concentrado el poder, bonapartista y con rasgos que atienden a la telerrealidad antes que a la ciudadanía.

 

Nunca, un candidato del centro-derecha ha estado tan cerca del Frente Nacional. La revista Le Nouvel Observateur lo refleja de manera magistral en su reciente número. La fotografía de la portada puede parecer trucada pero en realidad atiende a lo que ha sucedido durante las últimas semanas. Sarkozy camina con las manos encontradas detrás de su espalda; llega a un espejo y observa la imagen de Marine Le Pen en la misma posición y con idéntica vestimenta.

 

“La falla: los secretos de una locura que provoca las primeras grietas de la derecha”, es el título que complementa a la portada. Jean Daniel, el director del semanario señala que Marine Le Pen tiene éxito porque su lenguaje se conforma por palabras que desean escuchar los electores.

 

Mientras que Sarkozy declaró la noche del viernes que los medios de comunicación han orquestado un complot en su contra, el periódico Le Monde le dedicó su portada del día de ayer, a una conversación entre François Hollande y Edgar Morin. Una conversación-promocional en el día de la reflexión. No más esgrima verbal. Morin, uno de los dioses-intelectuales para quienes no olvidan el movimiento del 68, le deja Hollande una idea sobre una charola de oro (para reforzar el sentido humanista del Partido Socialista): “Habría que reformar la Constitución; decir que Francia es una, indivisible y multicultural, es el reconocimiento de una realidad”. Los indecisos tienen de frente dos posturas, la del candidato que no deja de revestir de dinamita a las palabras Europa, extranjeros e islam y al socialista quien se reúne con un intelectual mainstream para recargar su imagen de humanista.

Ricard Besson, un financiero que labora en el banco BNP Paribas me dice que le tiene miedo al candidato socialista. “No le caemos nada bien”. Votará por Sarkozy. “Los mercados lo conocen; ya verás lo que sucederá el lunes una vez que los mercados reintegren en sus sistemas de información la victoria de Hollande”.

En efecto, un país dividido por las mutaciones de Sarkozy, acude el día de hoy a las urnas para elegir a su máximo representante de la política. Sarkozy perdió el centro para ganar la simpatía de los ultras. Si gana será una sorpresa y dejará a Marine Le Pen cruzada de brazos. Si pierde, dinamitará a su partido y el Frente Nacional ascenderá a la zona privilegiada de la política francesa.

Lo único seguro es que hoy, el voto del odio decidirá el nombre del presidente.