Hace pocos días, en la Ciudad de México, durante un evento de ésos que marca la compostura y la norma, el postureo y la formalidad forzada por la falaz pleitesía, saludé a relevantes personalidades de la sociedad mexicana.
Y es en esa oportunidad que nadie regala y que, es fruto del esfuerzo forzado por la fuerza del sudor de la frente, donde hablé con más de uno y más de dos. Me encontré a colegas periodistas, empresarios oportunos o perspicaces políticos. Todos me formulaban la misma pregunta. ¿Cómo es posible que no haya Gobierno en España? ¿Para cuándo? ¿No es mucho tiempo sin Gobierno?
Claro que es mucho tiempo sin una gobernabilidad clara. No se puede estar toda la vida gobernando “en funciones”. Y no se puede por varios motivos.
En primer lugar, por la propia imagen de España en el exterior. Más parecemos un país con una democracia febril y en ciernes, que un Estado de libertades donde sabemos cómo gestionarnos sin salirnos del redil del Estado de Derecho.
En segundo lugar, porque los inversionistas recelan de una España sin Norte. Nadie con sentido común va a depositar sus emolumentos en un país con Rey pero sin Presidente, más allá de un Presidente de andar por casa. El dinero tiene miedo y los inversionistas también. Los mercados no ven clara una España que va a votar con la misma frecuencia que el cortejo de un novio.
Ni los mercados ni los propios ciudadanos españoles. Nos horroriza la posible idea de tener que volver a votar en plena Navidad mientras nos comemos el turrón. Entre otras cosas porque no vencería ni Rajoy del Partido Popular, ni quien se presente por el Partido Socialista, ni Albert Rivera de Ciudadanos ni Pablo Iglesias de Podemos. No, querido lector. El vencedor sería la abstención y lo sería por el hartazgo de una sociedad cansada de votar a la inoperancia, la estulticia y la mediocridad.
Pero estoy algo más esperanzado. El miércoles pasado asistí a la recepción del Palacio Real con motivo del 12 de octubre, Día de la Hispanidad, Día de la Fiesta Nacional en España. Pude ver la reacción del presidente Rajoy y de los nuevos responsables del Partido Socialista a la hora de dialogar ante la posibilidad de poder formar Gobierno.
Como dice el aforismo, “cuando dije digo, digo Diego”, y parece, sólo parece, que el Partido Socialista podría abstenerse en la votación en el Parlamento para que Mariano Rajoy pudiera ser investido Presidente del Gobierno.
Todo ello me alegraría, no porque sea uno u otro el próximo Presidente, sino porque el país necesita un rumbo, el timonel que continúa haciendo que crezca la economía porque querría decir que hay confianza.
Ahora bien. Lo que está ocurriendo en España no es más que un reflejo de otros acontecimientos a nivel mundial. Si no, que se lo digan a todos aquellos que van a votar por ese señor güero que no hace más que faltar y provocar, pero que puede ganar en Estados Unidos. Sí, ya saben, ese personaje que parece sacado de una novela de ficción y cuyo nombre me niego a escribir.
Ése es el problema, querido lector. Porque ocurre en España, y en Estados Unidos, y en México, y en Francia, y en Austria, y en Bélgica y en tantos otros países; en la mayoría de las naciones del mundo donde la democracia, la libertad y la degeneración del capitalismo hacia la perversión del neoliberalismo se han toqueteado tanto que corre el riesgo de que se rompa la cuerda. Por eso esa falta de gobernación en España. Por eso el resurgimiento de los populismos.
Me pregunto en qué parte de la historia quedaron los maestros como Disraeli, Churchill o Cavour. Digo yo que será la maldita tecnología que nos abduce y nos aletarga para no pensar.