Hemos perdido el Norte. Lo hemos perdido por completo.

 

Ayer mi mujer me enseñó a una youtuber estadunidense. Animaba a los jóvenes de todo el mundo a no comer para volverse anoréxicos como ella. La criatura tiene 22 años –creo recordar– y pesa –eso sí lo recuerdo muy bien– 27 kilos.

 

Parecía un pollo sin alas con el puro hueso. Sus piernas daban lástima; las cuencas de sus ojos eran profundas, aunque intentaba disimularlas con un maquillaje negro. Lucía como un muerto viviente. Y lo peor es que a esta youtuber le siguen 850 mil personas de entre 12 y 24 años.

 

Unas horas antes estuve en el Congreso de los Diputados, en la cobertura para investir a Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno. Me encontraba lleno de paciencia, esperando a que Pablo Iglesias, líder del partido de extrema izquierda Podemos, saliera a explicar por qué iba a votar en contra de la investidura de Rajoy.

 

Sin embargo, cuál fue mi sorpresa cuando me encontré, literalmente encaramado sobre una mesa del Congreso de los Diputados, a uno que parecía ser periodista.

 

El personaje en cuestión –que espero que comprenda que el periodismo es una profesión seria y sagrada, casi como un ritual– tenía un cabello que parecía una cortina que le cubría el rostro. Trataba a los diputados más como amigos de francachelas, que como servidores públicos.

 

Pero lo más grave ya no era que estuviera sentado sobre una mesa del Congreso de los Diputados, cuando había sillas de sobra donde solemos sentarnos la gente de prensa. Lo más grave fue que ninguno de los políticos le llamara la atención y le dijera que guardara la compostura y se sentara como Dios manda, en una silla, como todo el mundo. El Congreso es la representación de todos los españoles y, por lo tanto, se le debe un respeto. Desde luego, el individuo guardó todo, menos respeto y compostura.

 

Anoche veía en televisión cómo unos niños de 12 años se citaban a la salida de la escuela para golpearse hasta casi el desmayo. Entonces su gracia consistía en colgar la pelea posteriormente en Internet y en hacer apuestas. Todo ello en unos niños que quieren jugar a ser adolescentes.

 

Otra moda, ésta importada de Estados Unidos, es que algunos jóvenes se rocían de gasolina e inmediatamente después se lanzan a una alberca, según ellos, porque quieren saber qué se siente.

 

Y lo siguiente, ¿qué va a ser? ¿Meter el cuello en agua hirviendo?, ¿taladrarse una pierna para ponerse un piercing con el fin de exhibirlo en la Web?, ¿convocar una manifestación en Internet para acordarse del santoral y las deidades?

 

Pero, ¿qué es esto? ¿A dónde hemos llegado? ¿Cómo es posible que el referente juvenil sea una muchacha anoréxica? ¿Cómo es posible que el representante de los periodistas sea un personaje que parece que lleva rulos en el cabello y que da la sensación de que no se ha duchado en días?

 

Los padres, los abuelos, los mayores, la experiencia, la historia, los libros, la Iglesia –cualquiera que sea–, la moral, el sentido común; todo, todo se ha perdido en esta sociedad necesitada de referentes. Éstos quedaron enterrados en las dos últimas décadas.

 

… Y sin Norte, ¿hacia dónde vamos? No tengo idea, pero me temo lo peor. Sólo espero que, en un futuro, nuestra Presidenta no sea una anoréxica y nuestro jefe de prensa, un sujeto con el cabello parado, para que nos den una conferencia encima de los leones del Congreso de los Diputados.