Miles de familias han quedado destrozadas por la violenta campaña antidrogas que se inició en Filipinas hace 4 meses, que ha llevado al asesinato de padres y madres que vendían pequeñas cantidades de droga para mantener a sus hijos.
“Vivian tenía 8 hijos y empezó a traficar este año por falta de dinero para mantenerlos”, cuenta a Fe Peregrino, una maestra que se ha visto forzada a hacerse cargo de 3 de los hijos de un matrimonio acribillado a tiros en su casa a las afueras de Manila.
Vivian Garfil, de 43 años, se ganaba la vida con las manicuras a domicilio que hacía a sus vecinas de Caloocan, una de las 16 ciudades que conforman el Área Metropolitana de Manila, mientras que su marido, Adrian Peregrino, de 33, aportaba algo de dinero con su modesta bicitaxi.
Juntos tuvieron 8 hijos y llevaban una vida humilde en la sucia y caótica capital filipina, donde cientos de miles de personas sobreviven en precarias condiciones.
El pasado mes de agosto, la pareja se sumó a las más de 3.000 personas que han muerto en Filipinas a manos de grupos de ciudadanos que se toman la justicia por su mano en la radical guerra contra las drogas impulsada por el presidente del país, Rodrigo Duterte.
Hace cerca de un año, Vivian encontró en la venta a pequeña escala de shabú, una potente metanfetamina muy popular en Filipinas, un alivio a la difícil situación económica en la que se encontraba el matrimonio, pero también hizo que Adrian empezara a consumir.
“Él consumía algo, ella vendía, pero poco después de que Duterte iniciara su campaña contra las drogas, decidieron entregarse a las autoridades, como había pedido el presidente”, explica Fe Peregrino mientras vigila a dos de las hijas del matrimonio, Andrea, de 5 años, y Lady Love, de 11.
“Además, como sabían que estaban en la lista de sospechosos que habían recopilado las autoridades de su barangay (barrio), habían llegado a la conclusión que lo mejor era volver a la provincia para escapar de posibles matones”, agrega.
La muerte de la primogénita del matrimonio, de 15 años, a causa de la rabia contraída por la mordedura de un perro callejero, precipitó la huida de Vivian y Adrian, más decididos que nunca a proteger a sus hijos.
Con la residencia ya vendida y todo listo para partir de Manila, la noche del 25 de agosto, 5 hombres armados y enmascarados se presentaron en la casa de la familia, en la que dormía el matrimonio junto a sus 7 hijos, el menor de 1 año, la mayor de 13.
“La madre se despertó al oír ruido y se levantó rápidamente a mostrar el documento de que ya se habían entregado a la policía, pero no tuvieron piedad”, afirma Fe, que ha escuchado la historia en varias ocasiones de boca de Lady Love, testigo del suceso.
“Adrian recibió un tiro en la sien cuando estaba tumbado en la cama con el niño de 1 año dormido en su pecho. Vivian se arrodilló, desesperada, suplicando que la dejaran vivir por sus hijos”, relata.
“Yo soy Duterte, así que te mato”, dijo uno de los asesinos poco antes de acribillarla a balazos delante de los 7 niños.
Desde entonces, 3 de los hijos de Vivian y Adrian residen con Fe, que se unen a los 5 que ella ya tiene, mientras que los otros 4 niños viven con otros familiares.
“He tenido muchos problemas sobre todo con Lady Love, que prácticamente no duerme y no se adapta al nuevo colegio al que la hemos tenido que trasladar. Los estudios le van muy mal”, explica la maestra filipina.
“La familia en general ha quedado destrozada. Adrian era mi sobrino, era un buen hombre que se vio abrumado por las circunstancias de la vida, nada más. No merecía morir así”, opina.
Pese al brutal asesinato del matrimonio, Fe dice no estar en contra de la guerra contra las drogas de Duterte, que desde el pasado 1 de julio ha dejado en total 1.790 muertos en operaciones policiales y 3.001 a manos de “justicieros”.
“Duterte es bueno, pero son aquellos que dicen que le siguen los que no están haciendo bien su trabajo. No deberían matar a nadie”, sentencia.