La verdad es que los mexicanos nos metimos de más en las elecciones de los Estados Unidos. Hicimos exactamente lo que nos choca que hagan con los asuntos nacionales: meter nuestras narices.

 

El argumento es que el señor Donald Trump nos involucró en su campaña de mala manera y entonces teníamos que defendernos. Pero la defensa la convertimos en un claro proselitismo de Hillary Clinton.

 

Ahí están los senadores que, sin pudor alguno, se pusieron unas bonitas camisetas azules con la bandera de los Estados Unidos y la leyenda “Hillary para Presidenta 2016”.

 

Quiero ver a cualquiera de estos senadores-promotores que en año y medio tengan que enfrentarse a que cualquier congresista, funcionario, político estadunidense o de cualquier otra parte del mundo se enfunde en una camiseta tricolor que haga alguna declaración de apoyo de alguno de los candidatos presidenciales mexicanos y que no sea el de su preferencia.

 

Imagine que Willy Nelson le compone una canción country a Margarita Zavala para apoyarla en su candidatura presidencial. Entonces, los lopezobradoristas van a pegar de brincos y dirán que no nos podemos quejar porque, en su momento, Vicente Fernández, que es nuestro Willy Nelson, le compuso un corrido a Hillary Clinton.

 

En fin que nos hemos metido hasta el fondo en la elección de hoy. Aunque para ser honestos, Donald Trump nos metió a la mala en la contienda presidencial de su país. Nos usó como carne de cañón para enardecer a un electorado que no encontraba a quién echarle la culpa de sus desgracias.
Hoy sabremos si anotamos a Donald Trump en la lista de las anécdotas históricas de este país o si debemos reenfocar todas las baterías hacia la contención de los efectos colaterales de su triunfo electoral.

 

Está claro que aun tras la derrota de Trump permanecerán secuelas con las que habrá que lidiar en adelante. El sentimiento antimexicano quedará tatuado en amplios sectores sociales que compraron esa explicación.

 

La presidencia de Hillary Clinton no sería una de gran amistad con México. Sería, en el mejor de los casos, tan indiferente como la de Barack Obama.