Entre el llamativo escote de una edecán vestida con mal tino para la ocasión y las fallas de una pobre producción televisiva, el primer debate entre los candidatos presidenciales, más allá de  lo anecdótico, ayudó a los electores a conocer un poco más de la personalidad, el temple y las esencias de que están hechos los que aspiran a gobernar el país.

 

Con las limitantes por un formato rígido, autoimpuesto por los propios partidos, el ejercicio de ver expuestos a los candidatos, sometidos a cierta presión y obligados a responder preguntas y cuestionamientos sin el auxilio del pronter, sirvió para derribar los mitos sobre algunos, confirmar personalidades y limitaciones de otros, y hasta descubrir a quien pasaba desapercibido.

 

El debate echó por tierra, por ejemplo, el mito de que a Enrique Peña Nieto no le gustaba o no sabía debatir. Sometido a doble fuego, por una alianza de facto entre dos de sus contrincantes, el mexiquense se defendió bien de los ataques, aunque por momentos se obsesionó en dar respuesta a cada mención, al grado de que llegó a verse nervioso y a quejarse de los tiempos, con lo que perdió espacio para sus propuestas.

 

Con todo, Peña salió bien librado del tiroteo de señalamientos en su contra, ninguno novedoso por cierto y, si bien no fue el mejor calificado en las encuestas, tampoco salió hecho polvo como auguraban algunos pronósticos y es muy probable que el resultado del debate no afecte mayormente la ventaja que le dan las encuestas.

 

De Andrés Manuel López Obrador podría decirse que el debate le hizo aflorar su verdadera personalidad y lo puso en su mejor elemento: el conflicto. El tabasqueño fue, con mucho, el de mejor desempeño en el debate, el que mejor aprovechó sus tiempos y comunicó sus mensajes. Aunque se olvidó de las propuestas para centrarse en su objetivo: golpear a Peña Nieto hasta hacerlo caer, y aunque no lo logró, sí posicionó bien varias líneas contra el priista: “el candidato de la mafia”, “el sobrino de Montiel”, “el protegido de Televisa”. Andrés Manuel ganará sin duda terreno y es posible que suba al segundo lugar en las encuestas.

 

El descubrimiento de este debate se llama Gabriel Quadri. Logró que la audiencia lo volteara a ver y escuchara sus bien articuladas propuestas. Su reiterativo discurso de “los políticos de siempre contra un ciudadano” permeó  y fue uno de los mejor calificados en los sondeos postdebate. Claro  que con Quadri gana también Elba Esther Gordillo que, entre más votación obtenga el ambientalista, más posiciones de poder puede lograr en el Congreso.

 

Y por último, si el debate sirvió para confirmar personalidades, confirmó que Josefina Vázquez Mota tiene problemas con la suya. La candidata del PAN era la más obligada a aprovechar el encuentro de ayer para mostrar sus mejores cartas y cambiar la percepción de que su campaña no avanza. Y aunque se ve que se esmeró en una mejorada apariencia física, en el discurso Josefina sonó artificial y demasiado aspiracional sin que su mensaje llegara a motivar.

 

En la estrategia, Josefina definió claramente si su prioridad era atacar a Peña o hacer propuestas y se quedó a la mitad. Los ataques que dirigió al mexiquense carecieron de solidez y se le revirtieron cuando éste la encaró y ella prefirió salirse del pleito. Sus propuestas tampoco fueron las más claras ni aterrizadas.

 

Pero el peor error de Vázquez Mota fue que en el debate se exhibió como una candidata que está sola y ya no tiene todo el apoyo del gobierno de su partido: primero porque no tuvo ninguna información o expediente importante contra Peña, que podrían haberle dado desde la inteligencia oficial, y segundo porque nunca asumió la defensa de la administración de Felipe Calderón ante las críticas de los opositores que hablaron de un país en caos y devastado; pero tampoco se deslindó del calderonismo. Es decir, Josefina se quedó a medias tintas, tal como hasta ahora va su campaña.

 

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