Pretenden disfrazar la realidad, pero este país está que se cae. El déficit público ha superado el billón de euros y el privado, los cuatro.
El desempleo es aún la lacra a combatir, con más de cinco millones de parados. Probablemente sean más, aunque son auténticos profesionales de maquillar las cifras.
En España hay 13 millones de pobres y el número sigue aumentando, mientras la brecha entre las clases elevadas y depauperadas es cada vez mayor.
Un millón y medio de familias españolas viven el drama de que ninguno de sus miembros ingresa un solo euro.
Además, existe la pobreza energética que le afecta a 22% de la población. Pero dicha cifra está cargada de cuerpos y almas que sienten el frío en sus poros para calar los huesos. No tiene calefacción porque no pueden pagarla.
También España se hace vieja y nuestros mayores están agotando la hucha de las pensiones que se acaba el año que viene. Pero hay que volver a llenar la alcancía.
El subsidio de desempleo también toma un trozo de la tarta de los presupuestos del Estado. Y no todos los trabajadores tienen los mismos derechos. Los autónomos, por ejemplo, no pueden cobrar dicho subsidio a pesar de estar cotizando en la Seguridad Social. En definitiva, no salimos de la recesión en la que España está sumida desde el año 2007.
Y entre todo este colapso, aparece el aventurero presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, y anuncia que va a sacar una partida presupuestaria de seis millones de euros, 6.200.000 dólares para preparar el referéndum y saber si la ciudadanía catalana quiere seguir siendo española o, por el contrario, quiere separarse del Reino de España.
Pero es que, además, al Consejero de Exteriores catalán –Raül Romeva- le han aumentado el presupuesto a casi el doble –cerca de 100 millones de euros- para que pueda viajar por el mundo, gastándose la plata de todos los españoles con el fin de contar por qué algunos ciudadanos catalanes quieren ser independientes.
En este punto ya me pierdo. Si España viviera un momento de bonanza, podría llegar a entender que se destinara esa partida presupuestaria. Lo entendería sin entenderlo. Hay problemas acuciantes en España antes que plantear una campaña de independencia de Cataluña. Se parece más al teatro del absurdo de Eugenio Ionesco, porque cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Lo que me parece incomprensible es que, viviendo una situación tan delicada, el aventurero Puigdemont saque los pies del tiesto y se gaste el dinero mientras 50% de los españoles perciben tan sólo el salario mínimo.
Después de un problema de desempleo, de precariedad en la sanidad, de una tercera edad que se desangra, de infrasalarios y de un reguero de problemas, es un despropósito, representa una amoralidad, una afrenta, el hecho de utilizar seis millones de euros para que los catalanes decidan si van a ser independientes o no.
Es sencillamente un oprobio. Y es, además, un oprobio de imagen. Puigdemont y sus amigos saben que el referéndum no es vinculante. Se trata tan sólo de una pantomima mediática que ayuda a los nacionalistas a dar patadas de ahogado antes de morir de falta de éxito.