Empezamos el año teñido de sangre. El terrorista que entró vestido de Papá Noel en una de las discotecas más exclusivas de la ciudad de Estambul en Turquía portaba armas, odio, vísceras y una firma, la del DAESH, que era inequívoca.
No escogió cualquier discoteca. No. Tenía que ser la más rimbombante, la elitista, la que saldría en todos los medios de comunicación del mundo. Un lugar donde se juntan extranjeros adinerados con ciudadanos turcos famosos.
El escenario era el mejor: una discoteca que representa la decadencia de Occidente, donde los que van son, la mayoría, laicos. También buscó un día muy señalado: el primer día de año nuevo.
Turquía ha sido especialmente golpeada por el terrorismo en los últimos tiempos. Además de los atentados en el aeropuerto de Estambul, hubo otros en la capital turca, en Ankara o en Diyarbakir, la “capital” de los kurdos, en una estrategia en forma de aviso. Quien lucha contra el mal llamado “Estado Islámico”, éste se encara mirándole a los ojos, y no descansa hasta conseguir su revancha.
Por eso, cerca de 300 personas han muerto en atentados en Turquía, tanto del DAESH como del PKK, el movimiento separatista del Kurdistán con respecto a la República Turca.
Turquía no ha sido precisamente un país que ha luchado contra el DAESH. Es más, durante años fue todo lo contrario. En realidad resultó su aliada en la sombra. Durante un largo tiempo permitió a los terroristas que pasaran por la frontera turca armamento y especialmente petróleo que procedía de Mosul, en Irak. Era una manera de que el terrorismo se pudiera financiar.
Pero la presión internacional también es poderosa. Y llegó el momento en que tuvo que empezar a dejar de mirar de otro lado y comenzar a alinearse con Occidente. Permitió que se utilizara su principal base –Incirlik– para que pudieran despegar los cazas estadunidenses y franceses y bombardear posiciones del DAESH en Siria. También el propio ejército turco ha terminado luchando, eso sí, en momentos puntuales, contra el propio DAESH.
Pero los terroristas no perdonan, no olvidan. La penúltima tragedia fue hace escasos días en Ankara. Un joven asesinó al embajador ruso en Turquía en represalia por las víctimas de la ciudad Alepo. El presidente Recep Tayyip Erdogan ha prometido buscar y detener a todos los asesinos de los atentados. Pero lo cierto es que hoy, Turquía, un país fundamental en el concierto geoestratégico mundial, es especialmente vulnerable.
El golpe del 15 de julio pasado, que no llegó a fructificar, desestabilizó ya a una Turquía cada vez más vulnerable. Más de 10 mil personas fueron encarceladas y se realizó una purga con la pérdida de empleo de más de 60 mil personas cercanas al clérigo Fetulah Gülem, su más acérrimo enemigo.
Por eso al presidente Erdogan le ronda por la cabeza de que detrás de éste y otros atentados, se encuentre la mano oscura del clérigo y enemigo Gülem. Su sombra es alargada y su sed de venganza, ilimitada.
Y para rematar estos proemios de año, Estados Unidos ha demostrado su fuerza realizando un gran despliegue militar en los países del este de Europa. La idea es persuadir a Putin del expansionismo ruso y mostrar el compromiso de Washington con sus aliados de la OTAN. Pero de poco va a servir. En escasos 20 días, Donald Trump tomará el poder y Putin tendrá a su mejor aliado.
Empezamos el año con el pie cambiado. Sin embargo, hay que remontarlo. La clave la tendremos cuando empiece a gobernar el próximo Presidente de Estados Unidos.