El tipo de acciones que hacen a los profesionales de otros deportes mofarse de los del futbol; situación inimaginable a mitad de un partido de NBA, NFL o el torneo de las Seis Naciones de rugby: Neymar condicionando el éxito de la temporada de su club, con un truco publicitario en pleno juego.
Claro, el ritmo del futbol es tan particular y distinto a los de las demás disciplinas de conjunto, que suele permitirlo. Como sea, de confirmarse que el atacante brasileño se pierde el Clásico contra Real Madrid por recibir más de un partido de suspensión, sí será la primera vez que ese mini spot de máxima audiencia, propicie tal daño a un equipo.
Desde hace un par de meses ha sido debate tanto en España como en Brasil, la recurrencia con que Neymar se cambia los zapatos a medio cotejo (eso ya le llevó a estar fuera del campo en uno de los goles del París Saint Germain en la Champions). Por supuesto que cabe la posibilidad de que no haya terminado por acomodarse al nuevo modelo que se le ha diseñado, pero lo del sábado ante el Málaga permite apuntar a un ardid publicitario: la mera intención de atraer a todas las cámaras del planeta hacia las botas que calza para darles difusión.
Esta vez no fue el cambio de zapatos, sino el atarse las agujetas en frente de un rival que pretendía sacar una falta, lo cual, apegados al reglamento, implica una amonestación por obstaculizar la reanudación del juego. Tarjeta que creció en dimensión cuando en el segundo tiempo cometió una falta digna de otra amarilla y todavía más cuando ya expulsado aplaudió al árbitro.
Sin embargo, esa forma de publicitar un producto, es más bien vieja. Su origen puede encontrarse en la disputa entre dos hermanos alemanes, propietarios de una multinacional de artículos deportivos, que les llevó a una agresiva separación y al nacimiento de dos compañías confrontadas: Adolf y Rudolf Dassler dieron nacimiento ahí a una nueva etapa en el marketing deportivo.
Persuadido por Rudolf, Pelé ya hizo el truco de las agujetas en el Mundial de México 1970, aunque justo antes del silbatazo inicial, pidiendo al árbitro que le concediera un par de minutos para ajustarse el calzado.
Desde entonces, muchos, como Diego Armando Maradona, lo efectuaron, mas no frente a un rival que pretendía poner el balón en circulación, sino en alguna esquina del campo. Sabedores de que la cámara los seguía siempre, incluso en pleno calentamiento cumplían con el cometido.
Neymar pensó que nada sucedería y acaso en esa primera amonestación, el Barcelona se despidió en definitiva de esta liga.
¿Imaginar algo similar en otro deporte de conjunto? Imposible por los ritmos y pautas de cada disciplina. Más, todavía, por la forma en que los profesionales suelen desempeñar su actividad. Justo por ello, el futbolista suele ser percibido con sorna por los profesionales de otras especialidades: por la exageración de dolores, por el engaño al árbitro, por el fingimiento de todo, por atreverse a hacer un anuncio a medio juego.