Invitación. Von Roehirch llamó a los ciudadanos a reportar obstáculos vía Twitter, en @AccionesBJ

Y llegó el día. Para cuando lea este artículo, querido lector, Donald Trump estará a punto de convertirse en el nuevo Presidente de la nación más poderosa del mundo. Tal vez, incluso, ya lo sea.

 

 

Obama se marcha con Michelle, sus hijas, y sus recuerdos y con sus logros dejando los quebraderos de cabeza de estos ocho años en la Casa Oval. Pero se va con la mirada alta, con sus ojos puestos en la Casa Blanca, la que le albergó durante los ochos años más apasionantes de toda su vida.

 

 

Pero Obama mira hacia adelante, siempre hacia adelante, igual que el nuevo presidente Trump, que incluso antes de empezar a gobernar ya se había pegado con mundo y medio.

 

 

La llegada de Donald Trump al poder representa una incógnita, uno de los secretos mejores guardados –tal vez ni él mismo sabe cómo va a gobernar–. De la improvisación ha hecho un arte; de la provocación, una necesidad.

 

 

Porque a la política, y más en un país como Estados Unidos, se viene ya aprendido. El ejercicio del poder no es algo improvisado. Se necesita una preparación intelectual, rica en cultura y conocimientos y no creo que el nuevo Presidente los tenga.

 

 

Donald Trump es un caballo desbocado que gobierna a golpe de impulsos y bandazos, aderezados por tuits.

 

 

El nuevo Presidente es un adolescente encerrado en el cuerpo de un señor mayor que intenta rejuvenecer a base de botox .

 

 

El nuevo Presidente me recuerda a Tom Hanks en la película Big, ahora que se lleva mal con Hollywood. Claro, y no sólo con sus artistas. La OTAN, México, Alemania, la Unión Europea y China son algunos con los que ya ha tenido encontronazos. O sea, con todos o con casi todos.

 

 

Con el único con quien tiene buena relación, de momento, es con Putin y veremos lo que le dura. Putin es un lobo de mar; Trump, un corderito a su lado.

 

 

¿A quién se le ocurre agarrarse a golpes con su principal acreedor como es China? Nadie con dos dedos de frente osaría ponérsele al brinco a China. Bueno, nadie no; casi nadie. A Trump se le ocurrió.

 

 

Alguien necesita parar a esta caballo desbocado porque lo único que puede sembrar en los próximos años es un caos institucional y social general que contagiará a todos. Si eso ocurriere, volvería al aislacionismo, cuando el mundo camina precisamente hacia el lado opuesto; el mundo camina hacia un paneuropeísmo, hacia una unión global. Claro, siempre y cuando la vehemencia del nuevo Presidente lo permita.