Si lo que quería el señor que gobierna Estados Unidos es que más de uno se indignara, lo ha conseguido.
La capacidad de estoicismo que he tenido se me ha acabado después de tragar sapos desde que ya era precandidato y ridiculizaba a las mujeres, y a los periodistas y a los enfermos mentales.
El anuncio del decreto –ya como Presidente– de construir el muro con México, de vetar temporalmente la entrada de refugiados y de frenar la inmigración es sencillamente aberrante.
Ya no es el hecho de levantar un muro; es el hecho de pensarlo. Tan sólo plantearse la posibilidad de construir un muro es un insulto. Cuando en pleno siglo XXI vivimos rompiendo obstáculos y saltando barreras para que la aldea global viva en armonía, a este señor se le ocurre levantar un muro.
Pero lo que es más abyecto y miserable del señor, que un día pensó en levantar un muro, es que firme la creación de su construcción. Por cierto, que si tanto interés tiene como lo está demostrando, que lo pague él. Tiene los recursos necesarios como para levantar ese muro y la muralla china entera. Sus negocios, vamos a decir dudosos por aquello de la eufonía, le dan para eso y para mucho más.
Pero no entiende o le da igual –entre nosotros, yo creo que no entiende; es bastante corto intelectualmente hablando– que los 55 millones de hermanos hispanos que viven en Estados Unidos tienen el poder suficiente como para acabar con la propia economía de ese país que es admirable, pero que le ha tocado aguantar a un Presidente de las características de ese señor.
El antiguo secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, me contó, hace unos 20 años, que si los hispanos que viven en Estados Unidos dejaran de trabajar durante una semana, podrían llevar a la economía del Imperio al colapso más absoluto.
Bueno, pues lo que en su tiempo resultó una utopía, hoy puede ser algo real. ¿Por qué no? En la actualidad existen las herramientas óptimas para poder realizarlo. Las redes sociales y las aplicaciones de los celulares hacen maravillas. La prueba está en la Primavera Árabe o en el 15 M en España.
Llegado a este punto y viendo que la vehemencia es enemiga de la razón, que el impulso es adversario de lo cartesiano, deberíamos ponernos de acuerdo y dar un alto. También a los caballos desbocados como éste se les puede domar. Eso o que se suicide con su jinete, que también puede ocurrir.
Ya lo escribí en mi artículo anterior: que nuestros ojos estén abiertos, que nuestros oídos estén atentos porque vamos a ser testigos de muchos acontecimientos determinantes que van a marcar todo el siglo. A lo mejor o, más bien, a lo peor, este señor en cuestión tiene mucho que ver.