Desde la era prehispánica, cuando era la bebida de los elegidos, de la casta gobernante y religiosa, el pulque ha sobrevivido hasta la fecha en el gusto de los mexicanos, e incluso en los últimos años ha retomado auge en el gusto popular.
Su uso entre los pueblos del centro del país antes de la Conquista por parte de los españoles (1521) era en ceremonias religiosas y, se sabe, para dárselo a las mujeres antes del parto. En esa época, y durante la Colonia, su uso era limitado y casi prohibido.
Con la Independencia de México (1810), y sobre todo durante el Porfiriato y hasta mediados del siglo XX, fue la bebida embriagadora preferida de los sectores menos favorecidos de la sociedad y de la gente del campo, principalmente.
Así, desde los tiempos de la Revolución Mexicana, en 1910, y en las siguientes décadas, en la capital mexicana se establecieron decenas de lugares que vendían el pulque en sus distintas variedades, procedentes sobre todo de haciendas magueyeras de Hidalgo y Tlaxcala.
De esos expendios de pulque pocos han sobrevivido hasta nuestras fechas, aunque nuevos establecimientos han abierto sus puertas recientemente al adquirir las nuevas generaciones gusto por esta bebida tradicional y mítica del país.
Entre las pulquerías que mantienen la tradición desde la primera mitad del siglo XX se encuentran La hija de los apaches, Las duelistas, La paloma azul, La pirata, El templo de Diana, La risa y La Gloria, por mencionar algunas.
Una pulquería con historia y tradición
Con más de cinco décadas de existencia, la pulquería La hija de los apaches, ubicada en la colonia Doctores de la CDMX, se ha convertido en uno de los lugares de mayor tradición, un establecimiento que se caracteriza por vender curados especiales de pulque con diversas frutas e ingredientes especiales, donde la gente acude a bailar, pero sobre todo un lugar de culto para su dueño Epifanio Leyva Don Pifas.
A sus 78 años de edad y recuperado de la embolia que sufrió hace más de un año, Don Epifanio continúa asistiendo todo los días a su pulquería porque no concibe su vida sin atender a sus clientes, conversar con ellos, servirles sus famosos curados de pulque y escuchar la música que en ocasiones se anima a bailar, aunque los estragos de haber sido boxeador le han cobrado factura.
“Doy gracias a Dios por haberme permitido tener un lugar como este que ofrece diversión sana a los jóvenes y donde la gente puede venir a convivir y tomarse un rico curado”, expresó orgulloso.
JMSJ