Doce años de aquella entrevista y el tema del racismo está de vuelta en Alemania…, o es, más bien, que nunca se terminó de ir.

A principios de 2006 conversaba con el ex tenista Boris Becker en Mallorca respecto a temas de actualidad de su país; en cierto punto le pregunté sobre los estereotipos, la pesada carga histórica, las lecciones del nacionalismo mal canalizado, la discriminación, la fobia al diferente, y respondió desde el más personal de los planos: “Estuve casado mucho tiempo con una mujer afroamericana y obviamente me convertí en parte de ese problema, porque mi primer hijo tiene el color. Cuando ya sientes un hombro obscuro recargado sobre ti, te hace más alerta, te hace más sensible al problema”.

Recupero esa respuesta del seis veces campeón de Grand Slam porque esta semana el ahora joven hijo de Boris, Noah Gabriel Becker, quedó enredado en un debate sobre racismo desde el ultraderechista partido alemán AvF. El muchacho había explicado que, a diferencia de Londres o París, Berlín continúa siendo una ciudad blanca en la que él mismo ha sido víctima de ataques por su apariencia física. Ante eso, un diputado del AvF lanzó: “Ese pequeño medio negro parece haber recibido muy poca atención. Su comportamiento no es entendible de otra manera”.

Mensaje que, en su afán de restar autoridad a la declaración de alguien que no es en especial conocido ni tiene peso político, terminó por dársela: puede tratarse de una minoría, puede no representar ni remotamente a todo el país, pero el racismo existe todavía en territorio germano.

La Alemania del bienestar, de la abundancia, de la tecnología, del liderazgo mundial en temas como acogida a refugiados y Derechos Humanos, de la milagrosa y nada sencilla incorporación de la extinta RDA, de la ejemplar responsabilidad social y ecológica, de la diversidad (en ese sentido, Angela Merkel clamaba en 2011: “este enfoque ha fracasado por completo. La idea de que nos volveríamos una sociedad multicultural, y de que viviríamos contentos unos junto a otros, fracasó. Tienen que hacer más para integrarse y asumir cultura y valores alemanes”), no logra despojarse de esa cara extrema –o es, también, que justo ante esa defensa del más vulnerable y la absorción del que luce distinto, crecen los clamores de intolerancia.

¿Multiculturalidad bien lograda? Sólo en el equipo nacional de futbol. De ahí en fuera, el camino es aún larguísimo. Dicho lo anterior sin olvidar algo medular de lo que me dijo Becker en aquella charla en Mallorca: “No creo que el racismo sea un problema alemán, entendamos que es un problema internacional”.

Imposible sospechar que Noah Gabriel, llamado así por la cercanía de Boris respecto a Yannick Noah y Peter Gabriel, terminaría en el centro de tal debate doce años después.

Ese hombro obscuro, ya maduro y capaz de defenderse por sí mismo, todavía no pasa desapercibido. Ni en Alemania, ni en lugar alguno.

Twitter/albertolati

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