Es odioso. Cada vez que muere un pensador de altos vuelos, alguien en un artículo de prensa escribe algo como: “En tiempos como los que corren, se extrañará particularmente su sentido crítico”.
Murió el pasado martes Tzvetan Todorov. Y hay que decir que en tiempos como los que corren, se extrañará particularmente su sentido crítico.
Todorov nació en Bulgaria en 1939, lo que significa haberse criado en un país sometido a la represión, el autoritarismo, la censura, la imposición del discurso único que fue propio de toda la zona de influencia soviética. Pero tuvo suerte y decisión. En 1963 se fue a estudiar un año a París. No volvió.
Se quedó en esa ciudad convulsa y viva bajo el manto protector de Roland Barthes, una figura clave de la filosofía y la semiología del siglo XX. Por sus influencias, Todorov se hizo lugar, primero, en campos como la lingüística y el análisis literario. Sin embargo, como otro lingüista de prestigio, Noam Chomsky, pronto se orilló hacia la reflexión política e histórica. Y va una precisión importante: aunque siguió un camino análogo al de Chomsky, llegó a conclusiones por completo diferentes.
El norteamericano ha sido un defensor hipocritón, pero constante, del chavismo o el castrismo, e incluso en su día puso en duda atrocidades como el genocidio en Camboya a manos del régimen comunista. Todorov es todo lo contrario. Su obra, versátil, inclasificable, va de la literatura y la semiología a las memorias o la conquista de América, pero una de sus aportaciones centrales es el análisis metódico, implacable, de los totalitarismos del siglo XX. Ahí están libros fundamentales para entender la vida en los países de la órbita soviética o la Guerra Fría, pero también el nazismo, primo cercano del marxismo leninismo, como Memoria del mal, tentación del bien o La experiencia totalitaria. Si bien no vivimos un auge de los totalitarismos, que sólo envejecen en Cuba y Norcorea, sobra decir que, hoy, entender la fragilidad de la democracia, los riesgos que corre, no está, ni mucho menos, de sobra.
Y es que nos llegó la era Trump, que también es la del Brexit, o la de Marine Le Pen en Francia. Que es sobre todo la era del odio al otro, al extranjero. Búlgaro convertido en francés, Todorov dijo sentirse siempre un poco foráneo en Occidente. Y reflexionó sobre la extranjería, sobre las migraciones, anticipando la ola de populismo xenófobo y racista que nos golpea. La civilización, dijo, se mide por cómo tratamos al de fuera. Así nada más. Vaya que lo vamos a extrañar.