El movimiento “Santuario”, que en los años 80, a raíz de las guerras civiles en América Central, particularmente en El Salvador, Guatemala y Nicaragua, dio lugar a vastos esfuerzos de solidaridad en Estados Unidos en apoyo a comunidades centroamericanas castigadas por la violencia y la brutalidad, parece resurgir en medio del racismo y la xenofobia alentadas por el Presidente Donald Trump.
Mediante protestas callejeras masivas y apoyo a personas refugiadas y a familiares de grupos indígenas víctimas de inhumanas masacres, grupos de estadunidenses de buena fe están a la búsqueda de unir fuerzas para afrontar las deportaciones que ha prometido Trump, recaudar donativos para financiar la defensa legal de personas amenazadas con ser expulsadas y para echar abajo las injustas órdenes ejecutivas del magnate.
Sitios web de grupos de izquierda en EU como Jacobin dan cuenta de la persistencia de este movimiento en apoyo ahora de los indocumentados que son víctimas de la mano dura de la “derecha alternativa” que tomó por asalto la Casa Blanca.
Mediante organizaciones como el Comité de Solidaridad con el Pueblo de El Salvador, formadas por personas reclutados por líderes políticos centroamericanos exiliados en Estados Unidos, el movimiento Santuario parte de una tradición de comunidades religiosas comprometidas en los principios de la desobediencia civil que tuvo su impacto en coyunturas muy específicas de la historia de Estados Unidos como la Guerra de Vietnam o la lucha por los derechos civiles y el racismo.
En los años 60 inclusive grupos eclesiásticos que viajaron a varios países de América Latina apoyaron la Alianza para el Progreso postulada por el presidente John F. Kennedy.
Por supuesto, hubo casos en que se radicalizaron para alimentar movimientos como la Teología de la Liberación y fueron reprimidos pero de alguna forma fueron “la voz que clama en el desierto” que se anotó muchos logros importantes y contribuyó a la pacificación de América Central.
Cuando la corriente migratoria aumentó en los 80, los refugiados formaron asociaciones de ayuda mutua como Carecen y El Rescate en Los Ángeles que contribuyeron en forma decisiva a entablar y ganar juicios legales que permitieron evitar la deportación de un gran número de personas.
De esta noble tradición surgen las llamadas Ciudades Refugio para inmigrantes, amenazadas por Trump al decidir que les suspenderá los subsidios.
No todos sin embargo creen que estos esfuerzos sean suficientes para ayudar a los migrantes a evitar la embestida nativista de Trump que se traduce en discriminación y expulsiones.
El portal Slate recoge opiniones de indocumentados que muestran su escepticismo sobre la posibilidad de recibir ayuda de autoridades de condados declaradas “amigables” con los migrantes sobre todo ahora que un par de memorandos firmados por el secretario de Seguridad Interior, John Kelly, otorga facultades a policías locales para asumirse como agentes migratorios.
Estados Unidos es ya, recuerda, el país con los mayores niveles de arrestos, con 11 millones en 2015 y podría aumentar esta cifra. Para un indocumentado el arresto es la antesala de la deportación, además de que los agentes del ICE (Agencia de Migración y Aduanas) pueden detener a quien crean que es indocumentado sólo por su “perfil racial”.
“Las cosas pueden ir de mal en peor”, pronostica el sitio, pues los memorandos prevén incorporar otros 15 mil elementos a las fuerzas del ICE y hasta se habla de echar mano de los 100 mil elementos de la Guardia Nacional.
Ante esta ofensiva, las ciudades santuario son como un salvavidas de juguete en medio de olas de siete metros de altura.
“Los alcaldes progresistas están ofreciendo a los inmigrantes un falso sentido de seguridad” pero “la realidad es que las ciudades santuario no están haciendo lo suficiente para mitigar la amenaza de Trump” contra los indocumentados, asegura.
Aún así, el espíritu que anima al Movimiento Santuario sigue latente en algunas comunidades de estadunidenses comprometidos y con todo su apoyo puede a veces resultar decisivo como lo fueron aquellos holandeses de buena fe que protegieron a Ana Frank y su familia en un ático de Amsterdam.