“Decía Antonio Gramsci, dirigente comunista italiano y uno de los principales teóricos políticos del siglo XX, que entender un partido político es entender un país desde una perspectiva particular. Así que acercarse a la comprensión del Partido de la Revolución Democrática (PRD) permite conocer y pensar, desde un ángulo específico, la vida política mexicana”. Así comienza el historiador y sociólogo, Massimo Modonesi, su libro “Para entender el Partido de la Revolución Democrática” (Nostra, 2008).

 

 
En 1987, tras la selección –no elección- de Carlos Salinas de Gortari como candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la presidencia de la República por parte de Miguel De la Madrid, se gestó lo que se llamaría la “Corriente Democrática” del PRI –que pedía procesos democráticos al interior del partido- encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, hijo de mítico General, y Porfirio Muñoz Ledo, expresidente nacional del tricolor.

 

 
Tras la ruptura de éstos con el PRI, se lanzaría la candidatura presidencial de Cárdenas mediante una gran coalición de partidos pequeños –llamada Frente Democrático Nacional (FDN)- como el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), el Partido Popular Socialista (PPS), y el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), entre otros.

 

 
Tras las cuestionadas elecciones de 1988, las protestas sociales llevaron, naturalmente, a la creación de un partido formal que aglutinara los ánimos del movimiento de Cárdenas, y diera batalla electoral desde el plano institucional. Así nacería el PRD: el 5 de mayo de 1989, bajo el lema “Democracia ya, patria para todos”, y con una autoridad moral inusual en la política mexicana.

 

 
Después de 27 años, tras ser segunda fuerza en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012, así como gobernar varias entidades federativas y la Ciudad de México, el PRD se desmorona por falta de visión, posicionamiento, y una narrativa de modernidad desde la izquierda tipo europea –como la que intentó escribir Marcelo Ebrard siendo Jefe de Gobierno de la capital-.

 

 

Las ultimas defecciones del perredismo eran cuadros de peso político: los senadores Zoé Robledo (Chiapas), Armando Ríos Píter (Guerrero) y el coordinador en la Cámara Alta, Miguel Barbosa (Puebla). El primero se fue a MORENA, de López Obrador; el segundo se declaró independiente; y el tercero busca seguir en el PRD, pero pide que éste apoye al tabasqueño. Las tres posturas parten del pragmatismo: el “sol azteca” ya no promete futuro político; hoy solo ofrece ser músico durante el hundimiento del Titanic.

 

¿Qué hizo mal el perredismo? ¿Dónde quedó toda la autoridad moral inherente? ¿La perspectiva de la que habla Modonesi? El PRD selló su declive cuando, a la salida de López Obrador, no buscó posicionar otra figura fuerte que pudiese reagrupar al perredismo post-AMLO –direccionarlo hacia nuevas agendas, distintas a las de MORENA-. Nunca encontró su factor diferenciador ni a quien pudiese comunicarlo a la sociedad. Pienso, de nuevo, en la figura de Ebrard. ¿Y si él hubiese tomado la batuta partidista a nivel nacional? El peso y la ascendencia política la tenía… Pero jamás pasó, y la presidencia perredista se quedó en uno de los exponentes de la izquierda senil, Jesús Zambrano.

 

Se vislumbran tres opciones: la osada, la sumisa y la suicida. La primera implica que el PRD busque un candidato propio –interno, tipo Silvano o Graco; o externo, por ejemplo, un ciudadano respetado y de alto perfil- para mantener autonomía post-2018; alguien, pues, que pueda darles un porcentaje decente para mantener prerrogativas y, por ende, juego político. El costo, claro está, es ser oposición en caso de que gane López Obrador.

 

La segunda significaría aliarse a López Obrador acordando tener sus propias fichas y no ser encapsulados por MORENA –tal escenario se antoja viable; lo que se antoja difícil es controlar la tentación del tabasqueño por, tarde o temprano, sumarlos a su fila-. Y la tercera supondría adherirse al presidente de MORENA sin negociar el futuro del PRD; en otras palabras, aliarse con el objetivo de consumar la extinción del perredismo.

 

En su Declaración de Principios, el “sol azteca” se sincera: “El Partido asume la responsabilidad ante estas circunstancias de superar su propia crisis, transformándose para servir de manera decidida a nuestro pueblo”. Letra muerta, nada más.

 

@AlonsoTamez