Cada mañana nos desayunamos con algo nuevo. No ha dado tiempo de tomar el café cuando el bombardeo mediático no deja asimilar toda la información.

 
Pasan los meses y nos encontramos con tecnologías que cada día se optimizan más, rozando la perfección.

 
En las cirugías, por ejemplo, los robots son ya más precisos que la mano del hombre. No tardaremos mucho en ver a automóviles, aviones o trasatlánticos tripulados por computadoras.

 
También ya existen lentes inteligentes para deportistas; lo mismo que los relojes que te dicen las pulsaciones, calorías, horas de sueño, la calidad de esas horas. Casi, te dicen cada cuánto tiempo hay que ir al baño.

 
Hoy podemos digerir una pastilla con un microchip introducido en ella, que recorre el cuerpo humano y memoriza con precisión la salud del paciente.

 
Ya no hace falta desplazarse a países remotos. Hoy, a través de la red -Skype, FaceTime- nos comunicamos con amigos, jefes, novias en tiempo real. Y hablando de novias, hace tan sólo 30 años, los jóvenes esperábamos impacientes las misivas de nuestras novias. Sabíamos el tiempo que tardaba en llegar la carta y eso lo hacía más misterioso, más real. Sí, por ejemplo, la carta arribaba de Roma, tardaríamos dos semanas en recibirla. Cuando llegaba nos sudaban las manos y el estómago daba vueltas.

 
Hoy no. Ya nadie sabe lo que es una estampilla. Todo es al momento, sin mirarse a la cara, a través de mensajes casi anónimos en los teléfonos móviles.

 
En otras palabras, la tecnología ha avanzado tanto que nos ha deglutido. Somos víctimas de esos adelantos, porque son muchos… iban demasiado rápido. Todo ello ha desembocado en un mundo deshumanizado, donde cada uno va a satisfacer su propio ego, olvidándose de la solidaridad, el altruismo o la filantropía.

 
Ahora, yo me pregunto, si sabemos que la tecnología va a tanta velocidad, ¿por qué no la ralentizamos? Con ello conseguiríamos asimilar todo lo que nos rodea sin caer en la inercia de no poder conocernos a nosotros mismos, ni a nuestras actuaciones.

 
Con la ralentización podríamos asimilar lo que ocurre a nuestro alrededor y sabríamos llevarlo a la práctica de manera notable, no sólo en nuestras respectivas profesiones, sino en los diferentes rubros de nuestras vidas.

 
Y lo más importante, si realizamos la rapidez de los avances tecnológicos recuperaremos al ser humano, lo más importante que tenemos, el valor que carece de precio porque el alma no se vende. Conseguiremos de nuevo rescatar al hombre como ocurrió en el Renacimiento o en el Neoclasicismo y haremos del hombre el centro del universo.
Porque tengamos clara una cosa. La tecnología puede avanzar a niveles insospechados. La robótica puede fagocitar al hombre, pero jamás la esencia del hombre podrá ser secuestrada. Por eso, ralenticemos la tecnología.